Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Confabulario
Don Pedro Sánchez salió el lunes a la puerta de su casa para comunicar la buena nueva: hay periodistas buenos y periodistas malos, hay jueces óptimos y jueces poco juiciosos, cuya naturaleza es fácilmente determinable. Si es bueno para don Pedro, es bueno para la democracia. Debe aclararse que esta pulsión autoritaria tampoco es nueva. Recordemos que don Pablo Iglesias quería reeditar la prensa del Movimiento, nacionalizando los medios de comunicación; y no tardó mucho don Pedro Sánchez en sugerir, por los mismos motivos que hoy aduce, una comisión contra el bulo, que distinguiera la verdad verdadera de sus floraciones adyacentes. Es decir, una versión posmoderna y sentimental (“De los sus ojos tan fuertemente llorando” leemos en Mío Cid) de la censura.
Sin embargo, esta virtud instructiva del periodismo y la subordinación de la judicatura, caen fuera de las atribuciones de un gobierno democrático. Tampoco es sorprendente el entusiasmo con el que algunos periodistas han recibido las consignas gubernamentales, radicalmente contrarias a la libertad de prensa. La verdad oficial es siempre menos enojosa; y sería fácil recordar el linchamiento de algún periodista de relieve, muy celebrado por una parte de sus “compañeros”. La melancolización del señor Sánchez, exhibida el lunes, no obedece a ninguna novedad formal, ni a intenciones que aún desconociéramos: ni ha variado la titularidad del Gobierno, ni se modificado la dificultosa relación del señor Sánchez con la separación de poderes. Lo único que ha cambiado es esta ridícula atracción sobre sí de los resortes del Estado para manifestar un desacuerdo y, acaso, una impotencia.
En Alemania comienza ahora el juicio contra un grupo ultraderechista, acusado de planear un golpe de Estado y de recabar la ayuda de Rusia. En la España del señor Sánchez esto se ha solucionado de diferente modo: la ultraderecha xenófoba y golpista, apoyada presumiblemente por Rusia, es hoy socia principal del señor Sánchez, y negocia el futuro de España, a espaldas de los españoles, en algún lugar de Suiza. Esta condición subalterna del señor Sánchez es la que quizá explique su animadversión a la disidencia, y el lacrimógeno manual de autoayuda con el que nos embarneció el lunes. Digamos que el señor Sánchez quiere compensar su impotencia política, sostenido/alentado/coaccionado por las fuerzas más reaccionarias del país, cambiando el Segundo tratado sobre el gobierno civil de Locke por las Escenas de matrimonio de don José Luis Moreno.
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