Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
La esquina
LO ha reflejado un estudio del Instituto Cerdá de Barcelona, pero a las mismas conclusiones llegaría cualquier informe de cualquier instituto solvente de otra ciudad: con la crisis dedicamos más tiempo a la compra de alimentos y más tiempo a cocinarlos.
Conforme más tiesos estamos más cambian nuestros hábitos de consumo. Natural. Incluso hay un efecto psicológico de arrastre que hace que incluso los que no han sufrido -todavía- una merma en sus ingresos y, en teoría, no tienen por qué reprimirse, se sienten amenazados por el futuro incierto y restringen sus compras. Unos y otros, tiesos y temerosos de estarlo, han dado por terminada la alegre costumbre de acudir al supermercado con prisa, llenar el carro de forma indiscriminada y volver a casa preguntándose "¿y ahora qué comemos?" (en vista de la cantidad de chuminás que hemos adquirido).
La nueva pauta consiste en llevar la lista de la compra perfectamente delimitada para no excederse, renunciar de antemano a los caprichos y huir de lo superfluo e incluso ante lo necesario dedicar más tiempo a examinar dos aspectos esenciales de cada producto antes de echarlo al carro: el precio y la fecha de caducidad, aspecto este último que en los tiempos de abundancia casi nadie tenía en cuenta, porque luego se tiraba a la basura lo caducado y santas pascuas. También se han asentado otros hábitos colaterales en la misma dirección de ahorro, como la disminución de productos frescos en favor de los congelados, la diversificación de los lugares de compra a la busca de la mejor oferta y la sustitución del género de primeras marcas por las llamadas marcas blancas, que los hipermercados han ido generalizando para no perder clientela.
Con la despensa y el frigorífico menos llenos que antes de la crisis también se han alterado los hábitos tradicionales de consumo final de lo almacenado. Ha vuelto la cocina de la madre, y aun la cocina de la abuela, basadas en un óptimo aprovechamiento de recursos por definición escasos, y proliferan las reuniones de familiares y amigos en casa, paralelamente a la caída de las comidas en restaurantes y la generalización de los bocadillos y las fiambreras. Cierto que, como alega más de un observador de la vida cotidiana, los bares y restaurantes están llenos, pero es que antes estaban llenísimos y más días a la semana que en estos momentos.
¿Mejorará en el futuro? El futuro será peor. Piensen en las consecuencias del tijeretazo de Zapatero: varios millones de empleados públicos con un 5% menos de ingresos a partir de este mes, y más millones de pensionistas que desde enero entran en estado de congelación. Por no hablar de los parados, con tiempo de sobra para comprar y cocinar, pero sin dinero para decidir qué.
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