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tribuna libre
Con fecha 7 de diciembre de 1971 el recordado escritor gaditano Fernando Quiñones dirigía una carta abierta a Florentino Pérez Embid, director general de Bellas Artes, que publicó este mismo periódico el 11 de diciembre del mismo año. En esa carta se quejaba de la penosa realidad urbanística de Cádiz que andaba en manos de la tosquedad, de los dineros y de la piqueta como si se tratara de cualquier aldea de Yukón o la Patagonia hecha anteayer. Alertaba de que Cádiz caminaba hacia la destrucción de su patrimonio, de sus valores históricos y turísticos y todo ello motivado por la ambición desmedida de unos y de otros.
A Quiñones le preocupaba el estado del casco antiguo, la poca sensibilización ciudadana que existía al respecto. En su artículo citaba nombres y apellidos de gaditanos que habían realizado una valiente defensa urbanística del casco antiguo y en particular del barrio del Pópulo, que los oligarcas locales del régimen querían echar abajo. Entre esos nombres aparecía en lugar ciertamente preferente el poeta José Manuel García Gómez del que cuenta Quiñones que, en última instancia, y cuando ya había empezado la demolición de todo el Pópulo logró detener por un pelo el derribo de el Arco de la Rosa, allá por los años cincuenta y después de dejarse el alma por las calles, desolado, contra la torpeza, las insidias y las desidias de siempre.
Lo cuenta Quiñones de este modo, con esas palabras, y hay algunos testigos de aquella acción de mi padre cuya entrega y aportación cultural y pedagógica a la ciudad nadie puede negar, salvo que ese alguien actúe guiado por la mala fe y la inquina periodística.
Creo que es hora ya de que el Ayuntamiento de Cádiz haga un reconocimiento público a José Manuel García Gómez en el Arco de la Rosa, monumento que él salvó de las garras de la incompetencia. Todo gaditano debiera conocer esta historia, debiera mirarse en ella, debiera aprender de ella.
Que esta ciudad de placas no haya aún mencionado a García Gómez de algún modo no puede entenderse. Como hijo sigo empeñado en la justa recuperación de su figura. Realicé un documental con Pepe Freire -En medio de las olas- y publiqué un libro en el que la personalidad cultural de García Gómez no ofrecía dudas en el difícil contexto de su tiempo. La creación de una revista plural de poesía como Caleta en los años cincuenta y la fundación de un colegio como Argantonio en los setenta dan idea de su doble empeño pedagógico y lírico. Y a ello cabe sumar su entrega a la ciudad. Sólo así se entiende su acción en defensa del Arco de la Rosa, vieja entrada a la ciudad medieval, tan cargado de historia. Espero y deseo que Cádiz devuelva a García Gómez algo de lo que le entregó con su incansable quehacer poético y docente.
No es de recibo que quienes hicieron cultura sean maltratados por el olvido institucional, más pendiente de satisfacer el ego de determinados cofrades o de determinados representantes del mundo del Carnaval que de indagar en quienes realmente hicieron mejor a Cádiz, la enriquecieron, la mejoraron y se implicaron emocionalmente en ella. Sirva este escrito para hacer memoria de un hecho objetivo y esperar una respuesta positiva de la autoridad competente. Y cuando pasen por el Arco de la Rosa recuerden al poeta José Manuel García Gómez y su hermoso gesto que Quiñones, siempre generoso, jamás olvidó.
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