José Antonio Hernández Guerrero

Mariana Cornejo, la voz marinera

Tribuna

08 de noviembre 2013 - 01:00

EL permanente desfile de dolidos amigos por el tanatorio, durante el día de ayer, constituye la expresión del cariño, de la emoción y de la gratitud con los que sus paisanos reconocemos la calidad artística y la calidad humana de Mariana, una mujer sencilla entregada sin condiciones a su familia, a su cante y a su Cádiz. A través de numerosos recitales los aficionados flamencos hemos recorrido esa ruta cantaora que nace en el fondo de las entrañas de este rincón marinero y hemos podido apreciar la dulzura, el salero y la ternura, esos los rasgos que, determinados por la situación geográfica y por nuestras condiciones sociales definen nuestra peculiar manera de afrontar las alegrías, el dolor y las penas. Con su lujoso cante, Mariana ha puesto de manifiesto que ella era el resumen antológico de los cantes de Cádiz, la heredera de una dilatada tradición de cantaores y de cantaoras artistas que, con respeto y con agradecimiento, han sabido revitalizar y recrear de manera personal nuestro rico legado histórico y cultural. Y es que, en su garganta, las bulerías, las alegrías, las soleares o los tientos evidenciaban su enorme poder de evocación, rememoraban la plenitud redonda de La Niña de los Peines y la clara transparencia de La Perla, y, al mismo tiempo, mostraban su enorme riqueza fecundadora y su extraordinaria capacidad de creación.

Recordamos cómo sus bulerías creaban un intenso ambiente de comunicación festiva y cómo el público se sentía partícipe en una celebración auténticamente comunitaria. Mariana, con su fuerza expresiva y con su intensidad comunicativa, con un cante de cuerpo y de espíritu, de sentido y de emoción, daba pruebas de su dominio de la voz y, sobre todo, de su capacidad transmisora. Si los cantes de otros cantaores nos hacen llorar y nos transmiten tristeza, los de ella, por el contrario, nos contagiaban alegría y nos provocaban la risa. El cante de Mariana nos invitaba al disfrute, divertía nuestro espíritu y recreaba nuestros sentidos porque poseían -ya lo hemos dicho en alguna otra ocasión- una voz auténticamente flamenca. Si afirmamos que la voz de Fernanda era de "tierra", la de Bernarda de "fuego" y la de la Paquera de "carne", tendremos que admitir que la de Mariana, plena de temblor, de eco y de vibración, con capacidad para adaptarse a todos los cantes, era de "agua": su cante -transparente, fluido, claro y limpio- sonaba como la lluvia, como la fuente, como el río y, sobre todo, como el mar de Cádiz.

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