La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Su propio afán
LA horrorosa noticia del asesinato de un profesor por un alumno de un instituto de Barcelona, y la agresión a otra profesora y a otros alumnos ha levantado una ola de indignación y espanto. Me sumo a todas las condenas: no hay casi nada personal que añadir.
Me llama la atención, sin embargo, uno de los pocos detalles que a estas horas han trascendido. Por lo visto, el alumno llevaba unos días diciendo a cualquiera que lo quisiera escuchar que iba a matar a todos los profesores. Por supuesto, estamos ante un caso aislado y patológico, que no se debe aprovechar ni para poner sobre el tapete mediático las complicadas circunstancias cotidianas de los profesores. El asesino no representa ni por exageración al alumnado de los institutos de este país ni de ningún país del mundo. Otra cosa distinta, que sí exige una reflexión, es que el ambiente de los centros de enseñanza pueda permitir que un alumno gaste esa broma (como eso lo oirían los demás que la han contado a los medios) impunemente.
Las faltas de respeto o las amenazas más o menos tácitas o poco a poco explícitas tendrían que ser corregidas con una tolerancia cero. No tomarlas a beneficio de inventario o como cosas de la edad. Claro que hay una barrera que en línea general los alumnos irrespetuosos (que tampoco son todos ni la mayoría, ni mucho menos) no piensan traspasar nunca. Pero se propicia una actitud que de forma muy metafórica, por suerte, es, por desgracia, un atentado contra la docencia y el respeto debido al profesor.
En este caso se han dado dos vueltas de tuerca: se ha pasado del símbolo latente al hecho atroz, aunque lo simbólico siguió actuando. En la mente de este asesino enfermo, que declaraba que quería "matar a todos los profesores", se agitaba la oscura pulsión de acabar con la enseñanza, con la cultura, con lo mejor de la civilización. El profesor asesinado ha muerto por su alta dignidad de educador. Y aunque eso ni quita peso a la desgracia personal ni nos trae consuelo, es la verdad. Cuando inmolan a un cristiano en Libia o en Irak o lo tiran al mar desde una barca de inmigrantes están tratando de matar el cristianismo, a Cristo mismo. Cualquier asesinato tiene una pretensión aniquiladora que quisiera ir más allá de la muerte concreta. Quisiera…, pero no puede, impotente, y de ahí su rabia sin remedio. La enseñanza, tras la muerte de este compañero, es más grande, más noble, más eterna.
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