Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
DE POCO UN TODO
SE acercan la selectividad y la hora de escoger carrera, y volvemos a asombrarnos por la obsesión de nuestra juventud por la Medicina, que recogerá, junto a su prima hermana la Biotecnología, los expedientes más brillantes. ¿Por qué? En un país abrumado por el paro, debe de pesar que para los médicos queda trabajo, claro. Pero otras profesiones con futuro no son tan demandadas. En realidad, se trata sobre todo del prestigio social. Se podría hacer una curiosa Historia de España siguiendo el hilo de cuáles fueron las profesiones más admiradas por los adolescentes en cada período: militares, ingenieros, abogados, economistas, informáticos… Cada una retrata un estado de la nación.
Hace años que me llama la atención la epidemia de series de médicos. El germen fue Urgencias, que contagió la programación hasta la fiebre desatada que padecemos. Enciendes la televisión y empiezan a aparecer camillas y goteros y enfermeras con caras de esto tiene muy poco arreglo. Incluso en las series policíacas el protagonismo es de forenses y laboratorios.
Lo más tonto que se puede hacer con una moda -después de seguirla- es ignorarla. Las modas no pasan porque sí: son síntomas de ocultos procesos sociales. Esta fiebre sanitaria se debe a la hipotensión moral de nuestros tiempos. Cualquier narración tiene que reflejar de una manera más o menos explícita la lucha contra la maldad. Si no, no emociona. Pero hoy cuesta mucho admitir el mal en algo que no sea el dolor y la enfermedad. Y aquí es donde aparecen nuestros doctores y doctoras con sus batas blancas. Son los buenos: se enfrentan denodadamente a los virus, los últimos villanos que podemos permitirnos en el imperio del relativismo y lo políticamente correcto.
Hay que reconocer, por tanto, en nuestros jóvenes unas elevadas dosis de noble idealismo, dentro de los márgenes ideológicos que les dejamos. Entre tanto culto al cuerpo, cientificismo, dogma relativista, educación para la salud y eugenesia es natural que ni la filosofía ni las humanidades tengan demasiado que decirles.
El problema es que la sociedad las necesita. Shakespeare lo diagnosticó muy bien una vez: "More needs she the divine than the physician", o sea, más falta le hace un cura que un médico. Yo, hipocondríaco crónico, doy saltos de alegría pensando que los mejores alumnos serán los que traten las dolencias de mi vejez. Pero, junto a magníficos médicos, nos hacen mucha falta excelentes políticos, ingenieros, escritores, empresarios y toda suerte de trabajadores motivados. Para no morirse (de momento) son esenciales los médicos, pero para vivir hace falta de todo.
También te puede interesar