La Rayuela
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EN los días previos a la visita de Benedicto XVI al Reino Unido, los medios progresistas se regodearon con morosa complacencia en lo frío o, mejor aún, hostil que sería el ambiente. Y enumeraban con delectación las diversas dificultades con las que se toparía el Papa. Se han cometido significativas incoherencias, como la detectada por el atento periodista José Antonio Fúster. En los comentarios del diario Público se escandalizaban los lectores una barbaridad porque el Papa había dicho que "los medios mienten"; más abajo, en una entrevista al escritor progresista y uruguayo Eduardo Galeano, éste hacía esta altísima revelación, que los lectores admiraban: "Los medios mienten".
Incoherencias aparte, "¿qué esperaban de Inglaterra?", pensaba yo. La merry England católica y mariana de los tiempos de Chaucer, añorada por Chesterton, la cambiaron hace más de cuatro siglos. En ese país admirable por tantos conceptos, y a pesar de que las conversiones aumentan, los católicos son minoría. Su tradición es de oposición al papismo. Y los protestantes, como notaba Kierkegaard, se llaman así porque lo suyo esencial es la protesta contra la Iglesia Católica.
Encima, Benedicto XVI acudía a beatificar a Newman, no a los Beatles: o sea, a un intelectual que, por fidelidad a su conciencia, abandonó todos los privilegios del Anglicanismo y se convirtió a una religión a contracorriente. También acudía a rendir honores a santo Tomás Moro en el lugar donde le condenaron a muerte por su fe. Moro, viendo la que se le venía encima, apuntó que hay situaciones en las que un hombre puede perder la cabeza sin sufrir ningún daño.
Con esos precedentes, parecía ilusorio esperar que el viaje del Papa fuese a provocar una masiva afluencia a sus actos o el aplauso unánime de la prensa. El Papa acudía allí principalmente a compartir la suerte de sus fieles, muy vapuleados por el secularismo y el relativismo imperante. Una prueba de que él lo tenía claro es que en su discurso a los estudiantes expresó el deseo de que entre los que le escuchaban se encontrasen "algunos de los futuros santos del siglo XXI". Obsérvese que pidió "algunos": el cristianismo no habla a las masas, como los políticos, sino uno a uno, a cada persona.
Sin embargo, una vez que el Papa ha pisado tierras británicas, todos esos prejuicios y presagios grises y fríos se han disipado como la niebla. Sus palabras, reposadas y profundas, están teniendo un inesperado eco y abriendo un luminoso panorama a los ingleses, sean de las creencias que sean. A sus actos acuden muchísimos católicos con cariño y entusiasmo. A estas alturas, el éxito de crítica y público es indiscutible. Y aunque eso no sea lo más importante, yo me alegro, como es lógico, y me divierte compartir algo alguna vez con los progresistas: el mismo asombro. La alegre Inglaterra, como Benedicto XVI, no deja nunca de sorprendernos.
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