Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
de poco un todo
Por mi querencia a las aparentes casualidades, a las paronomasias y a las homografías, estoy entusiasmado con la posible beatificación de Aldo Moro, cuyo proceso acaba de abrir la Iglesia. Sería el segundo Moro del santoral, tras Tomás Moro, santo de mi cuádruple devoción, como cristiano, como escritor, como esposo y padre y como político. Dos Moros en los altares católicos es ya motivo para esbozar una sonrisa. Pero las coincidencias van mucho más allá del apellido. Son vidas paralelas. Aunque más que un Moro santo nos choque un político santo, los dos fueron primeros ministros de sus países, a los que sirvieron con lealtad y patriotismo. Destacaron, además de por sus virtudes heroicas, por su flexibilidad ideológica. Tomás Moro fue una bienhumorada figura señera del Renacimiento y mantuvo correspondencia con los grandes espíritus de entonces, incluso con los más heterodoxos. Aldo Moro hizo todo cuanto pudo por corresponsabilizar a los comunistas en el gobierno de Italia. A primera vista, pues, parece paradójico que los mataran justo a ellos por sus ideas. En realidad, no es tan raro. El católico conciliador, de fe firme y que sólo no cederá en lo esencial resulta a larga insoportablemente molesto para sus enemigos. Por múltiples razones: no da la batalla de lo anecdótico, tan entretenida y confusa siempre; pone en evidencia, mediante su predisposición al compromiso, la inflexibilidad de las otras posturas y, por último, realza lo esencial, cuya sacralidad queda clara. Sus sendos martirios, bien entendidos, tienen un innegable valor simbólico y, de nuevo, paralelo. A santo Tomás Moro lo decapita Enrique VIII en los albores del mundo moderno, cuando nace el poder absoluto del rey (y luego de los Estados y de las mayorías), que se convertirá en la gran amenaza para los derechos humanos, especialmente para la libertad de conciencia. Aldo Moro fue asesinado por las Brigadas Rojas, un grupo terrorista, al albor de este mundo nuestro donde el terrorismo se ha transformado en la nueva amenaza global. Sus paralelismos convergen en el infinito de Dios. La canonización de Aldo Moro vendría en un momento providencial por el creciente desprestigio de la clase política, que no por merecido deja de ser preocupante. Sería un hito destinado a iluminar uno de los agujeros negros de la sociedad contemporánea. La idea de la necesaria santidad del político, que puede sonar a chino en muchos oídos contemporáneos, no es exclusiva de la Iglesia católica. En la tradición judía se cuenta que cuando los cielos revelaron a Baal Shem que habría de ser líder de Israel fue hacia su mujer y le dijo: "Debes saber que he sido señalado para ser el líder de Israel". Ella contestó: "¿Qué debemos hacer?" Él dijo: "Debemos ayunar". Líderes que ante todo ayunen, qué lujo para un pueblo. Ejemplos de políticos que ayunaron, qué última esperanza para la política.
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