Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
De poco un todo
Álvaro Arbeloa ha realizado unas declaraciones a tumba abierta, como una subida por su banda. Para los amantes del fútbol, que son legión, tendrán un gran interés; para los adictos a los cotilleos, que son otra legión o un tercio de regulares, también, pues confiesa su hondo disgusto con Casillas. Pero, además, tienen una gran enjundia para todos cuando Arbeloa afirma que Rajoy le debe mucho a Mourinho: gracias al number one, no se ha hablado tanto de cuestiones políticas incómodas para el presidente del Gobierno.
Uno lo lee y, a bote pronto, puede parecer que Arbeloa se ha pasado. Luego lo piensa, y ha de reconocer que Mourinho ha centrado aquí los ásperos debates y las vivas polémicas. Cierto que el fútbol ya venía mostrando una tendencia avasalladora a copar toda la atención social, ocupando -como la posesión del Barça- más y más minutos -tiki-taka- de los telediarios, más conversaciones en la calle, más parcelas de la amistad… Cuánto se habla de fútbol hoy en los ámbitos más dispares: las clases de la universidad, los actos culturales, las tertulias políticas, las reuniones de trabajo, las cenas… Hasta en el Cónclave hubo cardenales que mostraron cierta inquietud por perderse un Barça-Milán. Todo esto, ya de por si salido de madre, Mourinho ha sabido exasperarlo, como reconoce un Arbeloa que no da patada sin hilo, al menos en su entrevista.
Los más futboleros todavía discuten ardientemente sobre el daño que Mourinho ha podido hacer al fútbol español o a la selección nacional. Sería positivo que nos concentrásemos en ver si pudiéramos aprovechar esa muy extremada atención mediática que se le prestó para usarla de tratamiento de choque, y poner las cosas de nuevo en su sitio. Dejar el fútbol para los campos y poco más, no darle un protagonismo social y periodístico y político y hasta literario e, incluso, filosófico que -seamos serios- no tiene ni pies ni cabeza.
Hoy, con la final contra Brasil en Maracaná, no es el día más apropiado para hacer estas reflexiones en voz alta, no. Sucede, sin embargo, que si uno se espera a hacerlas a que no haya a la vista ningún partido del siglo ni un clásico esencial ni emoción al rojo vivo ni la máxima rivalidad ni las espadas en lo alto, si uno espera que no haya eso…, se queda sin decirlo. Y hay que alertar con urgencia de que aquí se nos está yendo la mano, como se le fue a Maradona en aquella ocasión, precisamente.
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