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APROVECHO que en la tele hablan de la eutanasia (a favor, obviamente) para escribir este artículo. Una mentira repetida mil veces puede no convertirse en verdad si uno se aburre a tiempo. Y contra la excepción que confirmaría la regla pero que, gracias a la demagogia, la revienta, ya me vacunó Ana Sanz-Magallón en Cuéntalo bien.
Así que vengo aquí a hacer una pequeña propuesta. Antes, tendré que confesar que el suicidio, autónomo o asistido, me parece terrible, pero menos asesino que el homicidio. En casos extremos, comprendo que la ética aristocrática de Roma y la de Japón, que tanto admiro, lo admitiesen. El cristianismo es el único que se atreve de verdad a poner la vida (con muerte incluida) en las manos de Dios, y a no arrebatarla de allí aunque vengan mal dadas. O sea, que, aunque tengo insalvables reparos morales contra la eutanasia, no los tengo intelectuales, siempre que se den las suficientes garantías de que no se empuja o abandona a nadie y que tampoco se obliga a administrarla a quien cree que matar a otro es suicidarse el alma.
Volvamos, pues, a mi propuesta. Si en una sociedad descristianizada van a acabar permitiendo la eutanasia, no estaría de más que fuese acompañada de una tasa. La recaudación se emplearía en prevenir y evitar abortos. Disiparíamos la sospecha de que vivimos en una sociedad macabra con una querencia irresistible por liquidar al débil. A los partidarios de la eutanasia, además, su propia argumentación les tendría que hacer radicalmente antiabortistas. Si hay algo claro, es que el feto quiere vivir; tan claro o más como que el aspirante a la eutanasia desea morir. Éste necesita una ayuda ajena para su deceso y el feto en cuestión necesita una ayuda externa o, mejor dicho, cierta colaboración para salvarse.
Espero que a nadie escandalice el aspecto monetario de mi propuesta, y menos a los que tan partidarios son de todo tipo de impuestos. A los herederos del aspirante a la eutanasia les supondría apenas una comprensible compensación en concepto del adelanto. Ya se sabe que la pronta disponibilidad tiene un precio. A los eutanasiables les aportará la certeza de que se van haciendo un gesto de amor a la vida y a la voluntad libre del hombre, que, en su caso, es partidaria de la muerte, sí, y en el caso de los fetos, de la vida. Nuestra sociedad seguiría sin ser totalmente civilizada ni luminosa, pero, al menos, resultaría neutral.
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