Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
De poco un todo
LA multicrisis de la monarquía, merecería, entre tanto morbo espumoso y tanto análisis mediático macilento, otras reflexiones. En primer lugar, yo destacaría su justicia: su justicia poética. En un país donde no hallamos cosa en que poner los ojos que no sea recuerdo de la muerte (a veces, sin metáfora, como en el debate del aborto o la cuestión etarra), qué más apropiado que la Familia Real muestre síntomas preocupantes. Se dijo de Felipe II que ningún rey encarnó como él el espíritu de la España de entonces y viceversa, en simbiosis perfecta. Hay que notar que la monarquía está transparentando el estado del Estado de forma diáfana.
Por otra parte, es una ventaja del sistema monárquico que los ciudadanos asistamos a la vejez de los reyes. Los que piden la abdicación, republicanizan la cuestión a la ligera. En una sociedad de usar y tirar, acostumbrada a jubilar y esconder a sus mayores, esta ventaja de siempre de la monarquía adquiere ahora mayor trascendencia y nos ofrece valiosas enseñanzas. Salvando las distancias, la última etapa del pontificado de Juan Pablo II tuvo el valor de una protesta mayúscula contra el juvenilismo y la estética de la salud a muerte. No es lo mismo, claro, pero los últimos incidentes del Rey, al que deseamos lo mejor, traen a la memoria un vago recuerdo.
Lo más pedagógico de todo sería que pudiésemos asistir al Juicio Final de las grandes figuras políticas de nuestro tiempo. Dante, en la Divina Comedia, hizo ejemplarmente todo lo que estuvo en su mano para atisbar el destino y la responsabilidad ultraterrena de los grandes de entonces, con una intensa intención política y ética. Eugenio d'Ors en El valle de Josafat insistió a su modo. Son ficciones: la misericordia de Dios nos ha vedado la asistencia al veredicto... hasta que se celebre el Juicio Universal. La naturaleza, mucho menos compasiva, no tiene reparos en mostrarnos enseguida los surcos del paso del tiempo. Tampoco la Historia, fría y meticulosa, se anda con remilgos y pronto juzgará, si no ha empezado ya, este reinado.
Los presidentes de gobierno y sus ministros vienen, pasan y se van. Todo es tan rápido que los hechos, las omisiones, y las consecuencias de los unos se mezclan y confunden con los de los otros. Hay una trifulca mareante entre ellos por ver de quién son los méritos y desvincularse de las calamidades, que son de todos y de nadie. Eso con los reyes no pasa.
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