La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
la tribuna
EN la revista Mercurio Antonio Muñoz Molina ha publicado un artículo en el que arremete sin ninguna piedad contra los pedagogos. Según él, son los causantes de la mala calidad de nuestro sistema educativo, que ha ido retrocediendo a lo largo del tiempo conforme estos técnicos iban tomando relevancia. Es curioso, pero magníficos escritores, como Pérez Reverte o Javier Marías, más de una vez se han pronunciado con toda contundencia en una línea similar. Soy lector impenitente de Don Antonio y por ello puedo decir que echo de menos, en su artículo, la riqueza de matices con que dibuja a sus personajes, así como la profundidad y sutileza con la que nos explica muchas obras de arte. Aquí todo se cambia por el trazo grueso y el chafarrinón. Es casi un cambio de personalidad.
No voy a entrar en si lleva o no razón. Sí lo voy a hacer en lo que hay detrás de su argumento. Parece que venimos de una especie de Arcadia escolar, en la que los alumnos aprendían mucho, y conforme han ido transcurriendo los años se han ido perdiendo calidad, conocimientos, educación, etc. Parece apuntarse a la superioridad de la educación de los años cincuenta y sesenta, gracias a la cual los niños recitábamos poesías, nos sabíamos la geografía y la historia de memoria, apenas poníamos faltas de ortografía y realizábamos cálculos con rapidez y exactitud. En buena medida, se nos viene a decir, los pedagogos han arruinado tan fenomenal herencia.
Al multimillonario americano Paul Getty le preguntaron por el origen de su fortuna, y él dio tres razones. La primera, que madrugaba mucho. La segunda, que era muy trabajador. La tercera, que había recibido en herencia unos cuantos pozos de petróleo. Viene al pelo esta respuesta porque a nuestra escuela, en el legado recibido, le han desaparecido en el camino los pozos de petróleo, quedándonos sólo lo demás. ¿Cuáles son los pozos que no han llegado a los tiempos escolares actuales? El primero de ellos era que la escuela antigua tenía una disciplina espartana, en la que el castigo físico estaba siempre presente. Las bofetadas y los palmetazos se rifaban con gran prodigalidad, y era raro que no te tocara algo. Ello procuraba un estado de ánimo sumiso, obediente, y una motivación extra para el aprendizaje. Estudiábamos por atrición, pero estudiábamos. Si no, las consecuencias eran dolorosas en el sentido primigenio del término.
El segundo pozo que no ha llegado es la sintonía entre el maestro y el padre. Pobre de ti si el maestro te pegaba, pero peor era si tu padre se enteraba. O, el colmo de las desgracias, si el maestro llamaba a tu progenitor para expresarle quejas sobre tu comportamiento o rendimiento. No te libraba ni la caridad bendita. Claro, el no tener escapatoria ante lo que te venía encima ayudaba a la causa.
El tercer pozo de petróleo era que estudiábamos muy pocos. En el pueblo donde yo lo hice cada promoción debía constar de seiscientos muchachos. Pero en el instituto había, por curso, dos grupos: uno de chicas y otro de chicos. No se juntaban más de cien. Es decir, que sólo iban al Bachillerato uno de cada seis. No es difícil imaginar que los que no asistían no eran, precisamente, los que más interés tenían en los estudios. Otrosí. Si alguno de los asistentes quería marcharse, tenía las puertas siempre abiertas, y no era raro que a lo largo del curso dos o tres se quitaran de en medio.
Un cuarto pozo era la selección previa. Solamente íbamos al bachillerato los que aprobábamos el ingreso: no poner tres faltas de ortografía en un dictado nada sencillo y saber dividir por tres cifras, amén de otras pequeñas bagatelas que tenían que ver con el conocimiento del catecismo. El quinto pozo era el mucho tiempo libre de los niños y los escasos requerimientos que había para emplearlo. A veces estudiabas porque no tenías otra cosa mejor que hacer. No existía la televisión, ni el ordenador, ni los móviles, ni la música a todas horas, ni los programas de intercambio, ni las redes sociales, ni ....
Hoy no es posible sacar petróleo de esos pozos. La disciplina es otra cosa, y los padres en muchas ocasiones se alinean con sus hijos en contra de sus maestros. Hoy no se permite captar la atención ni empujar al estudio a base de palmetazos en las yemas de los dedos. ¿No mejorarían los resultados si, de cada clase de treinta, dejáramos sólo a los cinco mejores? Pero tal cosa no es ni pensable. No hay ninguna selección de entrada, sino que todos van a la ESO, les guste o no, quieran estudiar o prefieran trabajar en el alambre. No hay puertas abiertas, sino que se impide, por todos los medios, que el chaval o chavala que se aburra, esté cansado o se quiera ir, lo haga.
La frustración que despierta nuestro sistema de enseñanza, ¿no se deberá más, Don Antonio, a que queremos vivir como ricos, pero ya sin los antiguos yacimientos, que a las acciones u omisiones de los pedagogos?
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