La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
de poco un todo
LAprima se dispara y la Bolsa cae a pesar de las amargas medidas que ha tomado el Gobierno. Todo indica que antes o después -o sea, ya, porque queda muy poco tiempo- van a tener que meterle mano a la estructura administrativa del Estado, a las televisiones, a los superpoblados parlamentos autonómicos, a las subvenciones a sindicatos y a partidos, a los organismos públicos sobrantes… A todo aquello por lo que tenían que haber empezado. Dijimos hace tiempo que en los recortes el orden de los factores alteraba el producto. Haber empezado por allí hubiese concedido al Gobierno ese plus de legitimidad que ahora le falta, como se nota, y cada vez más, en la calle.
Les está sucediendo como a Chamberlain, al que, en clarividente descripción de Churchill, dieron a elegir, frente a Hitler, entre el deshonor y la guerra, y escogió el deshonor, y, además, acabó teniendo la guerra. Nuestro Gobierno ha escogido no hacer los drásticos, necesarios y ejemplares recortes en el sistema y ahora, al final, los tendrá que hacer, pero ya deslegitimado, con la calle cuesta arriba y sin poder sacar de ello crédito moral alguno ni ilusión ni liderazgo, sino solamente el ahorro económico a secas. Los tendrá que hacer forzado por los mercados financieros que no se creen ninguna reforma fiscal que no pase por darle la vuelta a un sistema que no funciona, lo que, con los datos en la mano, no es ninguna especulación.
Yo no me explicaba por qué no lo hicieron lo primero, si no ya por macroeconomía y por inteligencia política, por caballerosidad. Por suerte, el otro día un lector de estos artículos me dio la clave. "Esto va más allá de la economía: es el fracaso del sistema político en conjunto", me dijo. Y entonces vi claro que los políticos se resisten porque, consciente o inconscientemente, no quieren asumir el hundimiento de su montaje. La reestructuración del sistema caería como una losa sobre tanto discurso tan autosatisfecho como hemos venido escuchando aquí.
Comprenderlos no es excusarlos. Cuando han venido repitiendo que ya no se podía hacer más, me recordaban a aquel general francés que se excusaba ante Robespierre por haber entregado una ciudad al enemigo diciendo que "no había más que hacer". A lo que el frío y cortante político francés le preguntó: "¿Murió usted?" Los políticos españoles han hecho de su supervivencia su línea roja. Y se les ve dispuestos a todo antes de la definitiva autocrítica catártica.
Como ocurre siempre, el egoísmo es la actitud más perjudicial para uno mismo. Si demostraran al menos que nuestro sistema tiene la suficiente flexibilidad como para reformarse, lo justificarían in extremis. Pero si son capaces, como parece, de exprimir a los ciudadanos y de llevar a España al borde del abismo, esperando que pase la tormenta sin tener que entonar un mea culpa institucional, es seguro que el jucio de la Historia será implacable.
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