La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
OLVIDADO durante largo tiempo, hoy su fama empieza a verse justamente reconocida y, mientras la exposición que sobre su obra y figura se expuso tiempo atrás en el Museo Naval de Madrid se ha hecho itinerante, la estatua que habrá de recordarle a perpetuidad en la plaza de Colón de la capital de España ya tiene forma definitiva. Hablamos de Blas de Lezo, un héroe del que los españoles podemos y debemos sentirnos legítimamente orgullosos y cuya historia se podría sintetizar equiparándolo a Nelson en cuanto al peso de su arrojo y la importancia de sus victorias, si bien, a diferencia del brillantísimo almirante inglés, nuestro capitán general, vasco de cuna y orgullosamente español durante sus 62 años de existencia, no conoció en vida otra derrota que la de la propia administración española y la del olvido después de su heroica muerte en la defensa de Cartagena de Indias.
Nacido en Pasajes en 1689, Blas de Lezo y Olavarrieta se sintió atraído por el mar desde niño, sentando plaza de guardiamarina en Francia en virtud de los acuerdos de la época y embarcando como guardiamarina con sólo 12 años en la escuadra del Conde de Tolousse. Con esa edad le tocó participar en la Guerra de Sucesión Española disputada entre el ejército anglo-holandés, que defendía la causa de los Austria, y la franco-española, que abogaba por llevar al trono al primer Borbón que finalmente habría de reinar como Felipe V. Siendo una guerra de perfil marcadamente terrestre, la de Sucesión tuvo también sus combates navales, como el de Vélez-Málaga, en el que Lezo tomó parte con sólo 15 años, batiéndose de manera ejemplar hasta que una bala de cañón le destrozó la pierna izquierda que hubo de serle amputada. Se le ofreció entonces un puesto en la Corte, pero prefirió seguir prestando servicio en la mar, tomando parte, dos años después, en la defensa de Tolón, donde perdió el ojo izquierdo.
Tras una breve convalecencia fue destinado a Rochefort, donde en 1710 rindió una decena de barcos enemigos, entre ellos el Stanhope, navío de gran poder ofensivo que lo triplicaba en fuerzas y al que consiguió rendir al abordaje, resultando herido en la refriega. El terror que sentían los ingleses por la maniobra de abordaje de los españoles nació, de hecho, a consecuencia de las tácticas de Lezo, en cuya capacidad de liderazgo es probable que esté basada la figura de Jack Aubrey, comandante del Surprise en Master & Commander. En cualquier caso, nuestro valeroso compatriota se cubrió de gloria con la captura de la Stanhope, siendo ascendido a capitán de fragata con solo 21 años.
En 1714 participó en el asedio de Barcelona al mando del navío Campanella, en el que el 11 de septiembre, al acercarse con demasiado ímpetu a sus defensas, recibió un balazo de mosquete en el antebrazo derecho, quedando la extremidad sin movilidad hasta el fin de sus días. De esta manera, con 25 años nos encontramos al joven Blas de Lezo cojo, tuerto y manco, aunque invicto en todos sus combates, siendo nombrado Jefe de Escuadra en 1730 y alcanzando el empleo de teniente general en 1734. Dos años después, cuando vivía en el 66 de la calle Larga del El Puerto de Santa María, conocida desde entonces como 'la casa de la gobernaora', fue nombrado Comandante General de Cartagena de Indias, plaza que tuvo que defender en 1741 del sitio al que fue sometida por el almirante inglés Edward Vernon. La excusa de los ingleses para iniciar un conflicto con España fue el apresamiento de un barco corsario por el capitán de navío Juan León Fandiño, el cual cortó la oreja de su capitán al tiempo que le decía : "Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve".
En estas circunstancias se presentó frente a Cartagena la flota de guerra más poderosa que hasta entonces había surcado los mares, con 186 buques y 23.600 combatientes entre marinos y soldados, a los que Lezo sólo podía oponer seis buques y tres mil hombres, aunque tenía a su favor la experiencia de 22 batallas contadas por victorias. Tan colosal fue la derrota de los ingleses que aseguró el dominio español de los mares durante más de medio siglo, aunque, llevado de su orgullo, Verrnon vio tan clara la victoria que antes de alcanzarla despachó una fragata a Londres dando cuenta del éxito obtenido. En su regocijo, los ingleses acuñaron monedas conmemorativas de una victoria que nunca existió y en las que puede verse a Lezo arrodillado ante Vernon al que ofrece su sable a modo de rendición, pudiendo leerse la inscripción: "El orgullo español, humillado por Vernon". Muy al contrario, la humillación inglesa fue tal que Jorge II prohibió las crónicas alusivas al combate como si este nunca hubiese ocurrido. Mientras tanto, cuentan que, en su retirada, con la flota hecha jirones, Vernon se alejaba de Cartagena blandiendo el puño al cielo y gritando lleno de odio: "¡Dios te maldiga, Lezo!".
Lamentablemente las relaciones de Lezo con el virrey Eslava no eran buenas y cuando el marino falleció poco después de la batalla, probablemente a causa de las enfermedades causadas por los muchos cuerpos ingleses en descomposición, sus restos mortales fueron arrojados al mar, siendo el silencio su único epitafio, de forma que su historia y la gesta de Cartagena de Indias quedaron sepultadas por el paso del tiempo. Afortunadamente Lezo ha recuperado hoy su sitio en la historia y cada vez son más los españoles que nos sentimos orgullosos de tan heroico compatriota. La Armada, que nunca lo olvidó, da el nombre de tan insigne marino a una de sus unidades más vanguardistas, aunque el testimonio más determinante de quién fue y qué hizo este vasco que se sentía orgullosamente español, es que cuatrocientos millones de sudamericanos hablan hoy español en lugar de la lengua que quiso trasmitirles Edward Vernon. Descanse en paz Blas de Lezo en su túmulo de azules aguas y rizada espuma.
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