Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
DE POCO UN TODO
QUÉ de bromas se gastaban antaño con los niños que tenían que haberse llamado Ogino, porque nacieron gracias a ese método falible de control de la natalidad. Era una broma feliz: al fin y al cabo, un niño había venido al mundo y, como se podía comprobar, había salido bastante bien adelante, y ahí estaba, tan contento. Ahora nos hemos despertado con la noticia de que las clínicas que practican el aborto en Aragón van a dejar de prestar sus llamados servicios porque la administración les debe 800.000 euros. Y hay otras comunidades autónomas que tampoco están pagando a las clínicas abortistas, por lo que no se descarta el mismo paro en otros lugares. Ojalá. A esos bebés que se libren de que los interrumpan voluntariamente podremos llamarlos niños Impagos, por fortuna. Le deberán su vida al desbarajuste financiero.
Sin embargo, dura poco la alegría en el vientre del pobre; y María Fernanda Rudi, presidenta de Aragón, ha asegurado que de interrumpir las interrupciones de los embarazos ni hablar. Considera la deuda con esas clínicas preferente y la satisfará con carácter de urgencia, por delante de muchas otras con autónomos y trabajadores. No me queda más remedio que preguntarme por qué el sistema político (no importa qué partido gobierne) gasta tantas deferencias con el aborto, interpretando de aquella manera el art. 5 de la Constitución Española, librándolo de los recortes, pagándolo a diestro y siniestro, convirtiéndolo en un tabú; y acabo cayendo en la tentación de ponerme un poco Juan Manuel de Prada: se creen que es el tributo de sangre que el mundo ha de pagar para que siga rodando, como si fuésemos una sociedad pagana más, cuyos mecanismos sacrificiales ha explicado René Girard. La prueba de que algo de eso hay -aunque sea en el subconsciente colectivo- es cómo se han rasgado las vestiduras en cuanto Ruiz-Gallardón sugirió unas levísimas correcciones de sentido común y, ahora, en lo rápido que ha saltado Rudi para asegurar la financiación del montaje.
Hace unos años publiqué aquí La alegría del progre, artículo que sostenía que uno puede defender lo que honestamente crea mejor, pero que resultaba muy triste tanta alegría por las victorias legales en causas como el divorcio (y cuánto más exprés mejor) o el aborto, y tanta indiferencia sentimental hacia el amor para toda la vida o hacia la vida para todos. Principios, ideologías y programas aparte, este fallo del sistema, que con suerte permitirá que nazcan unos pocos niños más, es algo a celebrar por todo lo alto con un suspiro de alivio. Incluso por los abortistas, que se podrían dar (darnos) un respiro, ¿no?
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