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UN libro de investigación sobre las tensiones que la siempre pospuesta reforma de la ley del aborto del Gobierno del PP ha generado y sigue generando tendría un enorme interés. Ahora que se habla tanto del boom de la novela negra española, esa crónica cumpliría todos los requisitos de una historia de suspense y crímenes; sin dejar por ello de incluirse en la moda de la no ficción.
Comenzaría por el misterio de la promesa incumplida. Reformar la ley del aborto era un compromiso del programa con el que el PP arrasó en las generales. Concedamos que otras muchas promesas, por el estado de las cuentas, no pudieron cumplirlas, ¿pero ésta? El razonamiento del ministro Gallardón sobre la rampante discriminación que supone permitir abortar a los fetos con minusvalía, era, además, impecable y contundente. Y, una vez expuesto, urgía a la reforma.
Sin embargo, muchos medios saltaron a una a defender el aborto como si les fuese la vida en ello. La oposición olió sangre. Y dentro del grupo parlamentario popular y del Gobierno empezaron movimientos y presiones en la sombra, que habría que desvelar. Los nombres propios, las maniobras, las tácticas, las complicidades, la posición de Rajoy, la de Soraya, darían para un thriller en el que el peso de la púrpura, las ambiciones, los celos y la indiferencia tendrían mucho protagonismo, junto a los oráculos oscuros de las estadísticas. Fuera de foco, se han sucedido batallas que sospechamos intensas, con el añadido de su morbo indudable.
Ha habido, además, varias subtramas, como piden los best-sellers: la disolución o división o desactivación de los movimientos pro-vida, tan firmes frente a Zapatero, pero tan faltos de gas frente a Rajoy; el chasco electoral de los partidos antiabortistas en las europeas; los casos de la Casa Real, que han distraído al ministro de Justicia; la talla menguante del ministro del Interior, etc.
Sólo falta para culminar esa crónica necesaria, un buen remate. Van a pasarse tres cuartos de legislatura sin aprobar la ley y, a cada paso, la debilitan más. Una reforma menguada y retrasada, que vuelva a abandonar a su suerte a los fetos con minusvalías, no sería un final digno. Una dimisión de Gallardón, que tanto defendió lo que parece que la reforma va a traicionar, sí valdría: él salvaría su honor y demostraría, desde el fracaso, que hay cosas más importantes que el poder y la sumisión al líder y al cálculo.
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