Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
TODO acaba siendo una ocasión para la crítica y el socavamiento de la doctrina de la Iglesia. Lo último a cuenta de las nulidades es un ejemplo claro. Que los procesos de nulidad fuesen lentos, complicados y costasen algo de dinero (nunca tanto como se decía) justificaba el divorcio. Ahora el Papa Francisco reforma el procedimiento para que sean más rápidos, simples y gratuitos, y eso es… una concesión al divorcio.
Así no vale. Y además no es cierto. Porque la nulidad eclesiástica es algo radicalmente distinto al divorcio: la nulidad reconoce que nunca existió matrimonio mientras que el divorcio deshace el matrimonio civil existente. Desde un punto de vista muy elemental, en ambos casos había una convivencia previa que se interrumpe, permitiéndose una boda posterior; pero ni ustedes ni el derecho ni la esencia de las cosas son elementales. La nulidad es una afirmación radical de la indisolubilidad del matrimonio. Sólo puede darse cuando no existió matrimonio. Más indisoluble, imposible.
En rigor, el movimiento del Papa, que no pretende rebajar la esencia del matrimonio canónico, defiende el vínculo, para el que hace falta el consentimiento, el conocimiento, el convencimiento y la consumación. El matrimonio es algo tan sagrado -para un católico, quiero decir- que la apariencia de él, si no lo es, tiene algo de sacrílego y hay, por tanto, que desaparentarlo [sic] cuanto antes, siempre con el máximo cuidado y respeto a la verdad. Tampoco es caritativo tener pendientes a una de otro y viceversa más de lo estrictamente necesario cuando no fueron ni son matrimonio.
Y todavía más. Ese volver sobre la regulación del matrimonio canónico supone también, implícitamente, que la Iglesia proclama su derecho (y su deber) de juzgar el sacramento católico con una regulación propia, diferente de la legislación civil, de los criterios del mundo y de la moda. Los que celebran ahora la noticia como una victoria de la mentalidad divorcista y una admisión del matrimonio reciclable se precipitan. Estamos ante lo contrario.
Para terminar de aclararlo bien, sería de desear que, en la misma proporción que se simplifican las declaraciones de nulidad, se exigiese más formación, convencimiento, coherencia y fe para casarse por la Iglesia. Sería el redondeo de la misericordia, porque a los incautos -que, en el fondo, no aspiran a ser un matrimonio católico- se les evitaría pasar por todo esto.
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