La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Cuchillo sin filo
ANDALUCES y andalucistas. Americanos y americanistas. El idioma es tan hermoso que nunca deja que las palabras sirvan para designar los mismos conceptos. Uno imagina que el andalucista lleva su relación con Andalucía como si ésta fuera una amante más que una esposa. Vivió su momento, hasta el punto de que todos los partidos llevaron a gala ese epíteto que es como una prolongación del gentilicio. Americanista es el estudioso de América. Una pasión intelectual que no necesita encarnarse en cohabitación carnal de esposa ni de amante. Se puede ejercer en ausencia del ser amado, porque el estudioso que no ama lo que estudia no pasa de estudiante. Los viajes a América del americanista son menos provechosos que las horas de estudio en el Archivo de Indias, le decía a Juan María Rodríguez en El Mundo el catedrático emérito Luis Navarro García, que sabe más del Perú que muchos peruanos y peruleros.
Viene a cuento esta reflexión asimétrica entre Andalucía y América, el viaje real y el soñado de los jándalos, chicucos o foramontanos, por la inminencia de las elecciones norteamericanas. En la última campaña electoral, seguí a los cuatro candidatos a la presidencia de la Junta de los partidos que tenían representación parlamentaria. El único de los cuatro que llevaba en su equipaje un libro de Barack Obama era Julián Álvarez, que había tenido en Écija su Illinois particular y no consiguió el escaño. Lo que perdió como político, lo ganó como profeta. El día que le acompañé era 23-F. En el coche viajaban dos visueños, gentilicio de los nacidos en El Viso del Alcor: el chófer y el jefe de prensa del candidato del Partido Andalucista.
Julián Álvarez fue el único que se quedó fuera del Parlamento Andaluz. Su fracaso electoral se saldó con una crisis interna y un proceso sucesorio. Fue determinante el voto hispano: con la salida de Álvarez, González le ganó el pulso a Jiménez. El alcalde de Utrera hizo de Hillary Clinton y Pilar González, la paisana de Gladiator, se convirtió en la primera mujer que lidera el andalucismo político. Estos días, cuando se consume lo que aseguran las estadísticas y Alaska vuelva con los Pegamoides, Julián Álvarez se acordará de aquel libro que le acompañó en los días de frenesí preelectoral. Fue un 23-F nefasto. La Junta Electoral impugnó su proyecto de leer un manifiesto en la puerta del Congreso de los Diputados, lo que obligó a suspender el viaje a Madrid, crisol de las Españas y de los centralismos. La comitiva viajó desde Algeciras a Ubrique. La tarde era de perros y paraguas blanquiverdes. Estaban de Carnaval en la patria de Jesulín y todo el pueblo se había ido al mitin-fiesta de Teófila Martínez. Julián se puso a leer a Obama.
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