Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Su propio afán
COMO era de esperar, mi artículo sobre la denuncia por posible discriminación a los directores de un colegio que trataron de evitar que una pareja homosexual matriculase a su hijo, ha despertado más desacuerdos de los habituales. Esto no es una queja, pues el desacuerdo va de suyo con la opinión, sino un pie forzado para hoy. Porque se constata que, mucho más que la política, la ética, el costumbrismo, la economía o la cultura, lo relacionado con el sexo, aunque sea desde lejos, calienta el debate y pone de los nervios. Observación que mi querido Nelson Rodrigues calificaría de "lo obvio ululante", porque es evidente de suya.
Incluso dentro de la Iglesia lo que provoca encarnizados debates son las cuestiones del sexto mandamiento (o del sexto matrimonio, según vamos) y no temas más místicos como el misterio de la Santísima Trinidad o la resurrección de los muertos. La obsesión de nuestro tiempo por el sexo se ve clarísima hasta en las discusiones teológicas, tan ceñidas a la materia.
Pero no sólo ahí. Hablamos sin pausa de la igualdad, que parece que nos interesa más que nada, pero es el sexo. El lenguaje políticamente correcto que quieren imponernos e imponernas tiene una pertinaz fijación con el género. Otro ejemplo: todo el mundo se felicita de que ya no hay discriminación en la sucesión de la Casa Real o de los títulos nobiliarios porque heredará el primogénito, sea mujer o varón. Y se quedan tan panchos, sin ver que la discriminación sigue más vigente que nunca, por indiscutida: por razón de la edad. ¿Qué pasa con el segundogénito y el resto? Arreglado el sexo, que es lo único que se ve, se acabó el problema, según el método del avestruz.
Algo similar pasa con el colegio del que hablábamos antes de ayer. Mal está cualquier discriminación, sin duda, pero sólo se percibe la presunta por la orientación sexual de los padres de la criatura. En cambio, la discriminación por razones económicas que supone que no todos puedan llevar a sus hijos al colegio privado que deseen no preocupa a nadie, aunque es una discriminación más extendida.
No pretendo hacer demagogia, sino sugerir que nuestro concepto de discriminación está extraordinariamente limitado por nuestras fijaciones y que nuestro afán de igualdad se circunscribe a las inmediaciones del ombligo. Usamos palabras grandilocuentes y creemos que nuestra visión del mundo es del mismo tamaño, pero no necesariamente.
También te puede interesar
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
El catalejo
Tensión en los astilleros
El microscopio
La prioridad de la vivienda
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Guante blanco
Lo último