Enrique / García-Máiquez

Pájaros, agua

Su propio afán

03 de julio 2015 - 01:00

GAVILANES nos cuenta, en su "Historia secreta del mundo", de una miliciana que, en el frente de Madrid, desde su trinchera, vio, en tierra de nadie, un mirlo feliz, ajeno a la batalla, puro. La naturaleza tiene un presente sin actualidad y, por eso, es un regalo, un alivio y una promesa.

Yo estoy atrincherado -qué suerte- en una piscina, en medio -qué gozo de contrastes- de un campo achicharrado de la campiña de Jerez. Al caer la tarde, todos se van retirando y yo me quedo todavía en el agua; y han empezado a llegar las golondrinas. ¿Venían a arrancarme las espinas de la soledad? No hacía falta. Mi soledad era una rosa azul, como ese reflejo azulado en la negrura de las golondrinas cuando se acercan a la superficie del agua. Nadaban levitando, por encima del agua.

Luego han bebido, muy cerca de mí, embebido. Escuchaba muy bien un minúsculo chas, el chasquido del pico arañando la lámina como la aguja de un tocadiscos en el vinilo. El cloro no les molesta. Beben y beben y vuelven -el cloro, ¿será adictivo?- a beber. Y aun más grave: tan apiladas, ¿podrán alzar el vuelo?

Ellas siguen bebiendo, alocadas. Su vuelo es horizontal y bajan dos o tres veces por pasada: parecen cantos rodados jugando a hacer chinitas, dejando a su paso una serie rectilínea de círculos concéntricos. Se podría reescribir el cuento: que el sastrecillo valiente escondiese en su zurrón una golondrina sedienta y retase al gigante a hacer ranitas en un lago… Ranitas que al beso del agua se convierten en príncipe o en la golondrina ("Swallow, Swallow, little Swallow") de un príncipe.

Más vulgar y prudente, un gorrión bebe a morro, con los pies en el suelo, de una manguera que gotea. Una tórtola se acerca, pizpireta, al bordillo (ya se ve que el día ha sido muy caluroso). Con las patas muy firmes hace un límpido ángulo de 90º y mete la cabeza en el agua un rato. Me recordó a las adolescentes de mi adolescencia que se habían quemado una pierna con el tubo de escape del vespino o se la habían roto (cayéndose del vespino), y se mojaban la melena desde el borde, de espaldas. La tórtola, como aquellas adolescentes, me miró y se fue, volando.

En los cipreses cantaban, ebrios, los jilgueros. Qué pájaro más solar: por su amarillo, por su rojo, por su trino de luz. ¿O es de agua? Según Ridruejo, evocan un surtidor. Y debe de ser verdad, porque a beber no bajaron, aunque caía su música, líquida, en cascadas.

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