Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
DE POCO UN TODO
Apesar del título, no voy a hablar de política, sino de pájaros. Estaba mirando por la ventana, pensando más en las musarañas que en la campaña electoral, cuando vi una abubilla en el jardín. Según la mitología, la abubilla es la metamorfosis del rey Tereo, y es verdad que tiene un porte real, con su corona y todo. El poeta Miguel d'Ors la ha descrito con una imagen muy limpia al hablar de "un vuelo ajedrezado de abubilla". Sin embargo, de pronto, surgiendo de una sombra, un mirlo enorme y negro, como un morlaco, ha embestido a mi abubilla. Ella ha estado bien de reflejos y ha hecho un quiebro con un suave mariposeo. Sus alas ajedrezadas me parecieron una chaquetilla de luces, su cresta una montera.
Pero el mirlo ha conseguido su objetivo y la abubilla, después de ese airoso par de banderillas, se ha ido muy digna. Yo estoy indignado. No sé si han notado ustedes la proliferación de mirlos que estamos padeciendo nosotros y, sobre todo, las abubillas. "Todo lo cotidiano es mucho y feo", nos avisó Quevedo sin ninguna necesidad, porque salta a la vista. Un mirlo solo es el pájaro lírico de tinta china que imaginó Salvador Rueda: "El mirlo se pone/ su levita negra/ y entre los faldones le asoman las patas/ del color de cera". Silba muy bien, muy fuerte. Pero ya una multitud de mirlos parece un entierro, por no mentar a Hitchcock, que es lo que sale de suyo.
No es el único pájaro que prolifera, dejando aparte a los políticos, que también se las traen con sus vuelos de acá para allá. Las urracas, cuyo nombre en mi infancia sonaba a lejana doña medieval, y eran esos córvidos en blanco y negro que veíamos en los arcenes de las carreteras cuando íbamos de viaje, se han venido aquí en masa. Y qué jaleo se traen, Dios mío. A su vez, del Medio Oriente se han trasladado las tórtolas turcas, con su arrullo obseso de harén. Y de los campos de golf o de las tiendas de mascotas, se escaparon las cotorras, que vaya si meten ruido. El rebujo resulta estridente. A veces uno tiene la sensación acústica de estar en la jungla. ¿Qué se hizo del canto del jilguero, del trino del ruiseñor, del silencio? Debería haber sitio en el aire para todas las aves, pero no sé qué prevén los ecologistas. Ojalá que, para variar, me libren de mis temores, y me saquen de la melancolía en que me dejó la huida de la abubilla.
Qué poco propietarios somos de nada. En este mes de Hacienda, precisamente, como si hiciese falta, ha venido a recordármelo el mirlo. ¿Mi jardín? Bueno, bueno, menos humos, que ni siquiera pude ser hospitalario con la abubilla, con lo orgulloso que estaba de tenerla aquí, picoteando.
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