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RAJOY sí nos representa, y sabe Dios que yo no lo digo con un regocijo indescriptible. Pero ahí está el hombre, representándonos a la perfección, porque es el epítome de los intereses prioritarios de los españoles, que, en esto, como en casi todo, no dejamos de ser romanos tardíos. Nos mueven (como pueblo) el pan y el circo, esto es, la economía, que es lo único que importa, según Rajoy; y el fútbol y otros eventos deportivos, que es lo único que le importa a Rajoy, proverbial lector del Marca, sintomáticamente nuestro periódico de mayor tirada nacional.
¿Para qué va a leer otra cosa, si no le hace falta y se acabaría complicando la vida? ¿Recuerdan aquel poema de la China clásica que traigo aquí una vez cada dos años, más o menos? Su autor es Su Tung Po y reza: "Todos desean un hijo inteligente. ¡Qué poca/ experiencia la suya! Yo lo prefiero/ adulador, estúpido, ignorante…/ Así será feliz. Y, si se empeña,/ puede que hasta ministro". No sugiero que nuestro primer ministro sea estúpido, sino que sabe hacérselo y se metió en su papel. Su torpeza discursiva no puede ser sino impostada. Boris Johnson es otro que tal baila, sólo que tiene, como antiguo alumno de Eton y del Balliol College, la vanidad de avisarlo y describirse como "un tipo sabio al que le gusta hacerse el tonto para ganar". Mariano nunca haría la tontería de mostrar tan a las claras sus cartas. Se dedica a leer la prensa deportiva, a presumir de Perogrullo y a recordar al pueblo soberano que el bolsillo es el que manda y que lo mejor es dejarse de aventuras. Las aventuras, para los campos de deporte. Como todo el lenguaje prestigioso: sacrificio, esfuerzo, épica, entrega…
A lo que hay que sumar el gusto por ser espectador, tanto del libre juego de la economía y de la política como del juego propiamente dicho. En el sabio manejo de los tiempos de Rajoy también hay algo profundamente español: un milenario pragmatismo perezoso. De carácter tan berroqueño que contra él se han terminado estrellando todos los que venían a cambiarlo todo, con lo que eso cuesta y lo incierto que resulta.
Para ganar, ya tenemos la euforia del deporte. Y si perdemos, como fue el caso ayer frente a Italia, siempre queda el recuerdo de que más se perdió en Cuba y de que esa pérdida nos salió barata. El fútbol es así, es lo que tiene y enseguida empieza otro evento. El circo es circular, eterno, y sus penas, con pan, son menos.
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