Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Su propio afán
Ala promotora Puerto Menestheo le llegaron los Reyes con unos días de adelanto. Adquirió en los años 70 unos terrenos en El Puerto de Santa María, adyacentes al Cangrejo Rojo, a pie de playa. Después logró una licencia para construir viviendas y un hotel, pero más tarde la Ley de Costas le aguó la fiesta. Al menos, el Ayuntamiento quedaba obligado a expropiarles el terreno por un millón largo de euros. Pero no lo pagó, ea. Por lo que ha procedido un nuevo justiprecio y ahora tiene que pagar a la empresa siete millones por el mismo terreno, además de lo que ya llevarán gastado en litigios varios.
Si usted está leyendo esto desde Chiclana o desde Cádiz-Cádiz o desde Véjer, puede tomárselo con más tranquilidad; aunque viendo pelar las barbas del vecino, ya pueden tentarse la ropa. Los del pueblo en cuestión nos mesamos las barbas y nos tentamos los bolsillos, porque ese fallo clamoroso del Ayuntamiento, que en la promotora celebrarán como un regalo de Reyes, lo vamos a pagar nosotros. Nosotros mismos, como se dice.
Da la casualidad de que ese tramo de dunas lo visito con bastante frecuencia. Es bien bonito y florecen en él muchos lirios de mar o nardos marítimos o azucenas de playa. Nada más que por ese ramillete de nombres, tan abiertos, quien no conozca al Pancratium maritimum ya puede imaginar lo hermoso que es. Celebro muchísimo, pues, aquella expropiación, a pesar de lo partidario que soy de la propiedad privada, de los veraneantes de mi pueblo y de la seguridad jurídica y el marco estable para las inversiones.
Contemplando los lirios de mar, los pinos retorcidos y recortados por el viento, el caminito entre dunas doradas y sombras frescas…, me preguntaba a veces por el valor de ese paisaje. Era una pregunta retórica, poética; una manera de ponderar el momento, vaya. Sin embargo, ahora sé lo que ha costado y pienso en la ley de Costas, en las ilusiones truncadas de los promotores, en la primera tasación, en las primeras sentencias, en todo eso; y me parece justo. Se salvó, en efecto, un hermosísimo pequeño rincón de costa. Perfecto. Pero veo que esos costes económicos se nos han multiplicado por siete (por siete, nada menos) por culpa de la dejadez y el desahogo de unos administradores que a nosotros no nos pasan ni una; y casi, casi me estropean la vista. Aunque enseguida recuerdo que el lirio de mar -tan blanco, tan limpio, tan salado- no tiene la culpa.
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