Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
de poco un todo
Los incidentes y movidas callejeras de Valencia y del resto de España son, nadie lo duda, los compases iniciales de una oposición que ya manifestó su voluntad de echarse a la calle. El miércoles hay convocada una huelga nacional de estudiantes. El Gobierno del PP se está encontrando con la movilización de la izquierda desde ya. Deberían estar dando saltos de contento ante este pasacalle. No los darán, porque si algo caracteriza al centro-derecha español es la ignorancia de los sentimientos de la gente común, el desdén por las ideas de sus votantes, la hipersensibilidad en la mejilla izquierda y la obsesión con recibir el aplauso socialdemócrata. Por eso están ahora muy preocupados. No hay de qué. A poco que uno patee la calle de diario, sabe que la gente piensa que hay que dar un tiempo al PP, por si arregla algo. También que este jaleo está jaleado por la misma izquierda y los mismos sindicatos que hace poco menos que unos meses asistían, impasible el ademán, al hundimiento. La precipitación en salir a la calle se percibe, pues, como una impertinencia, fruto de una frustración por haber perdido, y más por impotencia política que como respuesta sensata a unas reformas inquietantes, sí, pero incipientes. Todavía no ha dado tiempo a que fracase la política del PP. Uno se pregunta si no habrá en la izquierda nadie que haya oído aquello de Amado Nervo que avisaba: "La mayoría de los fracasos vienen por querer adelantar la hora de los éxitos". Las apuestas económicas del PP son arriesgadas, y es posible que fracasen, por desgracia. Lo que tendría que hacer un opositor prudente o maquiavélico es sentarse a su puerta a esperar, como propone un conocido refrán chino, poniendo cara de ayudar en lo que pueda y en lo que le dejen. Ganaría cuatro cosas, por lo menos: que se olvidase su parte y su arte en la crisis que tenemos encima, que no se le viese ese gesto descompuesto por la legítima victoria electoral del contrario, evitar un nuevo ridículo si las reformas del PP funcionaran y, por último, guardarse la baza de la agitación social para si no funcionan, cuando se hayan estrellado. Echándose ahora a la calle la izquierda sólo consigue dos cosas: primero, afianzar la solidaridad y el apoyo al Gobierno de los que le han votado, abrumadora mayoría, por cierto, y de algunos que no, pero a los que no les gusta este apabullamiento precipitado; y, en segundo lugar, dar una mínima excusa para un hipotético fracaso de las políticas gubernamentales del tipo de "no me dejaron gobernar" o "boicotearon mis reformas". También consiguen otra cosa, quizá. Amedrentar a muchos políticos del centro derecha, que no saben la suerte que tienen con esta oposición gritona. Si me escuchan, se lo digo en serio: que se alegren. Quizá Rajoy, ese misterio, sí lo supiese y por eso deseó que "le" montasen una huelga general. Este pasacalle es aún mejor (para él).
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