El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
HE leído la exhaustiva información de Teresa Almendros sobre los proyectos y los propósitos que tiene el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María para el año que empieza. Lo he hecho con el gusto de siempre por leerla, pero con creciente angustia. Con una pizca de exageración, el Ayuntamiento tiene un buen propósito para cada día del año. Echando las cuentas con menos salero de la tierra y más exactitud, tiene un propósito para cada semana, lo menos.
Los expertos en propósitos de año nuevo nos avisan estos días desde todos los periódicos que la clave está en tener pocos propósitos claros, concretos, concisos y constantes. En estas fechas, como todo se confunde, la lista de los propósitos tiende, por ósmosis, a asimilarse a la carta a los Reyes Magos.
Y lo malo de la lista de buenos propósitos del alcalde de El Puerto es que todos los suyos nos hacen una falta que te mueres (y uso la expresión coloquial a propósito porque El Puerto renquea muy malamente). Así que no hay ningún buen deseo que uno le animaría a dejar para más adelante. El infierno está empedrado de buenas intenciones, pero también hace falta empedrar los aparcamientos y los solares levantados. Y más cuando desde el propio Ayuntamiento (que quiere a la vez relanzar el turismo) se nos puntualiza que es conveniente para evitar la proliferación de ratas, vaya por Dios.
Y lo peor es que yo tengo un tic de lector de poesía, que hace que siempre me dé por aludido o interpelado. O sea, que veo la enorme lista de propósitos insoslayables del Ayuntamiento y a la vez pienso en la inmensa lista de propósitos que me hacen falta a mí. Crecen a un tiempo mi empatía (por el alcalde) y mi angustia (por mi año y mis necesidades de reforma interior).
Menos mal que siempre nos quedará un último motivo de risa: el de reír por no llorar. Veo cómo se llama el Plan Especial de Protección y Reforma Interior del Casco Histórico y su Entorno: el Pepirichye; y me acuerdo de nuestro insigne paisano Pedro Muñoz Seca, que la habría sacado mucho jugo a la papaya de esa nomenclatura. O hubiese hecho una piriñaca. Como en mi caso lo que más tengo que reformarme y protegerme es el centro y mi desmejorado casco histórico y, ya puestos, el entorno, he decidido, para no perder la empatía ni el humor (levemente negro), ponerle a mi lista de Reyes Magos de propósitos para el 2016 ese mismo nombre saleroso: el Pepirichye. ¿Con pepperoni?
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