Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Su propio afán
Un tío mío castigó a sus dos hijas porque viendo una película del Oeste lamentaban mucho más las muertes de los caballos que las de los indios y, por supuesto, que las de los federales. Mi padre le alabó la medida, así que nosotros, en las cargas de la caballería, no chistábamos. Desde entonces me interesa mucho la sensibilidad humana ante el sufrimiento animal, porque mis primas, además, eran encantadoras. Un extraordinario poema de Julio Martínez Mesanza titulado También mueren caballos en combate incidía sobre el asunto.
He vuelto al asunto con el escándalo mundial por los perros del ejército estadounidense que, en su precipitada huida de Afganistán, han dejado abandonados en un hangar, en sus jaulas, sin agua y en manos de los talibanes, que no son reputados por su afición a los perros. El primer pronto es lamentar la suerte de los animales. El segundo, reconvenirme, recordando a mis primas, cuando la situación de tantos afganos, mujeres, sobre todo, y también de los cristianos, será mucho peor.
El tercer pronto es este artículo, que quiere comprender nuestra indignación. ¿Por qué, en un momento dado, podemos sentir más lástima por un animal? Nietzsche se abrazó entre lágrimas ante el caballo golpeado por un cochero y en la Alemania de entonces tampoco trataban de lujo a todas las personas. Sucede que instintivamente sabemos que el ser humano, por su alma y por su inteligencia, tiene el poder de dotar de sentido el sufrimiento y el dolor, mientras que los animales quedan inermes. Parece una sutileza metafísica, pero es la única explicación de nuestra actitud. Funciona como un reloj en nuestro subconsciente.
A lo que hay que sumar una reserva de caballerosidad quijotesca que nos queda. Sentimos la obligación moral de proteger a los indefensos y desvalidos. Con los animales ese deber salta a la vista, y más incluso con animales que lo han dado y darán todo por nosotros, leales y entregados, como perros y caballos.
De manera que la indignación viral por el abandono del ejército americano de sus perros es muy natural. Porque no se compara con ninguna situación de nadie, sino en su valor objetivo. Cualquier retirada tiene que hacerse con la suficiente preparación como para cumplir, mientras uno se retira, con los deberes con los aliados y colaboradores, y con sus animales también, además de la protección del material bélico. La imagen de los perros es desoladora.
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