Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
de todo un poco
EN nada resulta más evidente el abismo entre dos personas que en la incomprensión mutua de sus aficiones. En las penas hay muy poca originalidad, y en la necesidad de ganarse la vida, ninguna. En el tiempo libre, sin embargo, tenemos un campo enorme para el desconcierto. Resultan incontables las personas para las que una tarde silenciosa de lectura les parece la última opción frente a un aburrimiento cósmico. Para otros, es un lujo asiático.
Hago este preámbulo con la esperanza de que los lanzadores de petardos perdonen mi perplejidad ante el modo que ellos han escogido para divertirse tanto, por lo visto y oído. Lo he tenido que reflexionar mucho estos días y sigo sin comprender en dónde pueden encontrarle el chiste. La sospecha que abrigo es que la gracia está, precisamente, en el sobresalto continuado de los que odiamos esas explosiones sin porqué. Reventar tímpanos y aturdir prójimos podría ser eso tan excitante de los petardos. ¿Pruebas? La querencia a explotarlos por la noche, cuando fastidian más, o a los pies de los viandantes, o a meterlos en el buzón del vecino, reventándolo, como a mí me ha sucedido.
Antropológicamente no es un disparate. Desde muy pequeños hay niños cuyo entretenimiento consiste en chinchar al amiguito. Eso hay que corregirlo de inmediato con severidad, pues te puedes encontrar con un adolescente lanzador de petardos a la vuelta de los años, o con un aficionado a los grafitis, que son los petardos plásticos.
El sabio idioma califica de "petardo" a toda persona, animal, cosa o gestión administrativa insoportable. Aunque se ve que el lenguaje es ecléctico, centrista y partidario del consenso, porque también llama "pasarlo bomba" a divertirse. Eso es de un belicismo que debería erizarnos la piel.
Podrían afearme que, con el paro que hay, ataque desde aquí a un sector floreciente o, al menos, expansivo. Lejos de mí desmotivar el consumo y deprimir a ningún sector productivo. De hecho, igual que el petardo por el petardo lo considero un petardo, y más cuando es, como suele, tan repetitivo, los fuegos artificiales me parecen una maravilla deslumbrante. Será pólvora, mas tendrá sentido. Será ruido, pero traerá luz. Será ceniza, aunque tras qué segundos de colores vivísimos en la noche. De los fuegos artificiales sí soy muy partidario, para que nadie diga, ni me tachéis de taciturno, aunque apenas los hay. La gente prefiere los petardos.
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