Ana Sofía Pérez-Bustamante

Pilar Paz, en su estatura

08 de marzo 2019 - 06:00

EN medio de esta primavera adelantada se nos ha ido Pilar Paz Pasamar (1933-2019), muy poco después de su último cumpleaños. Con ella se va la penúltima voz gaditana del grupo de la revista Platero, una de las ramas de la generación del medio siglo.

Deja tras sí un largo cuerpo de música desde que se dio a conocer con Mara (1951) y Los buenos días (1953, accésit del prestigioso premio Adonáis), pasando por Del abreviado mar (1957), La soledad, contigo (1960) y Violencia inmóvil (1967), hasta su plenitud en Textos lapidarios (1990), Philomena (1994), Sophía (2003) y Los niños interiores (2008). Un largo cuerpo de música siempre en movimiento y a la vez fiel a un eje interior por el que circulan siglos de poesía: la tradición romántica que, pasando por Juan Ramón Jiménez, llega a la generación del 27 y sus herederos; la tradición andaluza donde se dan la mano los cantares y romances tradicionales, el flamenco y la lírica culta clásica; y la tradición bíblica de carácter lírico y sapiencial.

En vísperas del día de la mujer se nos va una mujer entre mujeres que amó, cantó y luchó desde su mocedad de niña prodigio, su voluntario alejamiento del medio literario y su retorno a partir de los 80 para rendir sus frutos más maduros como poeta, narradora y columnista de este Diario de Cádiz.

Sus méritos y su tenacidad le valieron muchas distinciones, desde su ingreso en la Real Academia Hispano Americana en 1963, hasta el nombramiento como Hija Adoptiva de la ciudad de Cádiz en 2005, el Premio Meridiana del Instituto Andaluz de la Mujer en ese mismo año, su inclusión en la sección de ‘Nombres propios’ del Centro Virtual Cervantes y su designación como Autora Andaluza del Año en 2015 por el Centro Andaluz de las Letras.

Mujer de muchas notas y una sola voz, Pilar Paz Pasamar: nosotros queremos custodiar y difundir tu palabra de ave fugitiva. No olvidaré tu hermosa voz en estos últimos años, cuando en el salón de tu casa, sentada junto a la ventana, se te iluminaba la cara y la memoria al hablar de poesía. Ni olvidaré aquel día en Cosmopoética, en Córdoba, cuando leíste tu poema Dulce oro viejo y Pablo García Baena, con los ojos brillantes, desde lo hondo de su corazón de antiguo muchacho, te miró largamente y te dijo, emocionado: “Cómo has crecido, Pilar”.

Tus amigos, discípulos y lectores te vamos a echar mucho de menos ahora que la edad te ha elevado en el cielo a otra estatura.

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