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Tensión en los astilleros
DE POCO UN TODO
MI tendencia natural es al beatus ille. Esto es, a alejarme del mundanal ruido y seguir -humildemente- la apartada senda por la que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. Antes de leer los periódicos, suelo tener pensado (y a la vez escrito, porque mi manera de pensar es escribir) un artículo sobre cualquier aspecto íntimo de la realidad. Luego repaso la prensa con el corazón en un puño, pasando las páginas con suspense de película, esperando que en cualquier momento salte la noticia que me estropee la realidad. Cuando sin grandes sobresaltos llega uno a las esquelas, descansa en paz.
Pero llega poco. A menudo tengo que escribir empujado por una última hora. Hay cosas tan graves o tan escandalosas que no hablar de ellas en la columna de un diario parece desdén o desinformación. Últimamente no hay quien se libre de hacer una reflexión sobre tanta corrupción en todas partes y todos los partidos. De cualquier esquina, como si fuera Halloween, surgen, para darte un susto de muerte, políticos con pinta de monstruos de pega proponiendo: "¿Truco o trato?". Qué horror.
Lo que no significa que me espante la política, ni mucho menos. La política, como una rama de la filosofía, aquella que se pregunta sobre el mejor modo de organizar una sociedad para que sus individuos sean más libres y puedan ser mejores, es apasionante. La salvan esos fines y la ennoblecen los principios.
Sin embargo, a estos políticos nuestros sólo les importan los medios: para empezar, los de comunicación; después, los necesarios para alcanzar el poder y, en el fondo, los económicos. ¡Y luego hay quien se extraña de su medianía, de su mediocridad! La política sin principios acaba fatal. Y la que olvida sus fines pierde el rumbo. Aquí la política tiene unas miras tan estrechas que la tendríamos que denominar pocolítica, como a nuestra democracia la ha llamado Forges, en El País, democacia, porque todos quieren un cazo para llevárselo crudo; y como a España, en el ABC, Ignacio Camacho la ha bautizado Trincolandia. Cuando en los periódicos nos quedamos sin palabras y tenemos que inventarnos otras, es que la situación empieza a ser indescriptible.
Aunque ya la describieron los griegos en sus escritos de filosofía política. La democracia, si no se cuida, corre el riesgo de degenerar en demagogia, anarquía o cleptocracia. Pero a nuestros pocolíticos, que pasan de principios y de fines, ¿qué les importa la filosofía? Y así nos va. Los políticos corruptos no sólo roban el dinero público, también el crédito del sistema, y nuestra paz, y el tiempo y el espacio que teníamos para nuestros asuntos.
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