Cambio de sentido
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ALGUNA broma mía sobre el cambio climático podría inducir al memorioso lector a deducir que no me afecta demasiado la noticia de Volkswagen. De ninguna de las maneras. Con el ecologismo me pasa como con la obsesión por el adelgazamiento, que me parecen muy bien siempre que no alteren la jerarquía de valores y el sentido común. Un señor que se pasa un almuerzo hablándonos de su régimen de adelgazar fastidia la comida, como si le rociase sacarina sobre unos alimentos que se merecen una acción de gracias, una pizca de sal y un sano homenaje. El ecologista que pone por encima de las personas la defensa ciega del medio ambiente ha olvidado también su acción de gracias. Y de eso protesto.
Pero no me gusta la contaminación, como tampoco, ay de mí, la obesidad. Estoy por el conservacionismo, me apasiona la naturaleza y me embriaga el aire fresco. Se trata de no perder el norte. Y, en este sentido, el escándalo de Volkswagen resulta bastante ejemplar.
Se habla del daño a la marca Alemania. Algo sí, sin duda, pero no tanto, sí se piensa. La fama de Alemania es por su ingeniería, por sus avances técnicos y por su superioridad tecnológica. Siendo un engaño intencionado, de una enorme sofisticación industrial y que ha logrado burlar durante años a muchísimos controles, la marca Alemania, en lo suyo más propio, sigue incólume (o mejorada).
Pero el escándalo también plantea otra cuestión, de mayor interés, si cabe. ¿Cuáles son los límites éticos de la tecnología? ¿De qué valen los motores más sofisticados del mundo, si la dirección al volante es completamente errónea? La velocidad sin control no sirve de nada, se decía. La ciencia sin ética tampoco.
Descubierto el fraude, hay que reconocer que nos regala un símbolo impagable. La contaminación física viene precedida por una polución moral -mentira, ambición, vanidad, envidia-. Una lucha decidida y firme contra ésta, acabaría de raíz con las contaminaciones consecuentes. Si esa secuencia (primero, la causa, las consecuencias después) quedase clara, resultaría más fácil y más coherente luchar contra la contaminación e, incluso, en la misma línea, contra la gula, la pereza y el ansia, digo, contra la obesidad. Volkswagen nos ha dejado un ejemplo de libro, elemental como una fábula moral clásica, pero a la vez del siglo XXI. Se trata, sencillamente, de leerla de principio a fin, sin saltarse la moraleja, que cae por su propio peso.
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