Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Crónica personal
Los tambores de guerra suenan con fuerza. La Conferencia de Seguridad celebrada la semana pasada en Múnich constató que atravesamos la situación internacional más conflictiva en medio siglo, desde el final de la Guerra Fría, y resaltó la conveniencia de que Europa se fabrique su propia defensa a la mayor velocidad posible. Mal asunto. Ucrania y Gaza son, por ahora, guerras localizadas, pero con un alto potencial de expansión. Rusia está envalentonada. Sabe que tiene el triunfo bélico al alcance de la mano por desistimiento de EEUU en su ayuda a Zelenski y se permite bravuconadas como el asesinato de Navalni en una siniestra prisión del Ártico o perseguir y tirotear a un desertor en Alicante. Benjamin Netanyahu ha entrado en una espiral de locura y quiere cambiar para siempre las reglas en Oriente Próximo. Una jugada que más pronto que tarde se terminará volviendo contra él y contra todo occidente.
Estamos a un repique de que un orate como Donald Trump, que desprecia a Europa, vuelva a la Casa Blanca y la alternativa es un anciano vacilante que durante su primer mandato al frente de la renqueante primera potencia mundial no ha hecho sino empeorar las cosas. La Unión Europea sigue siendo una entelequia con pies de barro incapaz de articular políticas unitarias que le hagan tener una voz importante en el panorama internacional. Tanto Ucrania como Gaza son dos ejemplos palmarios de la nula influencia de Bruselas.
Y, en medio de todo ello, China. Con un ojo puesto en Taiwán, donde antes o después puede empezar un conflicto a gran escala, y el otro en las políticas de ampliación de sus áreas de influencia en África y América del Sur, el gigante asiático parece no tener prisa porque sabe que el tiempo juega a su favor y que en el nuevo orden que se adivina será quien mande.
Estamos entrando en una nueva época regida por la tecnología, en la que la inteligencia artificial va a dejar en pañales la revolución que supuso la llegada de internet. Los valores cambian delante de nuestros ojos. La democracia ha dejado de ser un bien en sí misma, como se ha demostrado en Argentina, Hungría o El Salvador, y los ciudadanos piden otras cosas que no tienen nada que ver con la libertad.
El mundo es ahora un inmenso polvorín y no faltan locos dispuestos a encender la mecha que haga que todo salte por los aires. Que lo hagan o no depende en buena medida de un rearme moral que debe empezar en Europa. Pero para ellos haría falta otra política y otros políticos.
Pésima noticia para Koldo García Izaguirre, escolta y brazo derecho de José Luis Ábalos durante los últimos años, y muy mala noticia para el ex ministro de Transportes, hombre fuerte del PSOE, muy fuerte, como secretario de Organización.
Ábalos cayo en desgracia hace dos años por las noticias turbias que circulaban, aunque ayer aseguraba que no tenía “ni idea” de las operaciones supuestamente delictivas de su amigo y asesor, detenido por la UCO junto a una veintena de personas, como presunto miembro de un grupo que hizo fortuna cobrando comisiones ilegales por la compra de mascarillas en la pandemia. Siempre presuntamente, las operaciones se hacían eludiendo el control de la autoridad competente. García no solo habría participado en la compra, sino en facilitar el medio de transporte para que llegaran a España.
Koldo García apuntaba maneras, pero en el entorno gubernamental y bajo el paraguas protector de Ábalos era intocable. Pasó de miembro de seguridad de una discoteca de Pamplona, a “asesor” del ministro, que además encontró para él un buen cargo en Renfe, muy bien remunerado. Se movía bien en el partido, y cuando se produjo la polémica visita de la vicepresidenta de Venezuela Delcy Rodríguez, Koldo fue quien acompañó al ministro al aeropuerto, a donde Ábalos se trasladó en su coche privado. Las informaciones recogían que fue Koldo quien vigiló el traslado de maletas del avión de la vicepresidenta porque tenía prohibida la entrada en el espacio aéreo europeo. Ábalos nunca dio por buenas las informaciones que aseguraban que su escolta y asesor se movía en terrenos resbaladizos, y se mencionó su nombre cuando empezó a descubrirse que había gente en España que hacía negocio con las mascarillas, pagadas a precio de oro con comisiones de por medio. Cuando fue cesado Ábalos, la rumorología apuntaba que Pedro Sánchez se había deshecho de su principal colaborador para cuidarse en salud, habían llegado a sus oídos noticias preocupantes. Todo el mundo las desmintió, entre otras razones porque la rumorología sobre el negocio de las mascarillas eran constantes, y se desinflaban algunas informaciones. Pero la UCO de la Guardia Civil y la Fiscalía Anticorrupción siguieron investigando. Ábalos niega cualquier tipo de vinculación con los presuntos delitos que han provocado la detención de Izaguirre, y niega tajantemente que conociera que estaba bajo investigación.
La detención del asesor de Ábalos amplía la sensación de que el presidente no solo tiene un problema con los malos resultados de Galicia más los chantajes de Puigdemont: la UCO sigue empeñada en desentrañar todo lo relacionado con negocios ilegales a costa de las mascarillas. Y en ese terreno, desde la pandemia se han barajado nombres relevantes.
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