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ANTONIO María Oriol, tras ser liberado de su secuestro por el GRAPO, confesó cuánto le había confortado saber que sin duda su mujer iba a comulgar todos los días a la hora de siempre. Por el sacramento del matrimonio eran una sola carne, y él, por tanto, recibía el Cuerpo de Cristo cada mañana. Hizo Oriol un precioso y delicado lazo entre diversos sacramentos y un nudo muy sutil entre una fe firme y una carnalidad profunda.
Al enterarme de la muerte de Maruja Romero, viuda del poeta José Luis Tejada, lo he recordado. Mientras Maruja ha estado entre nosotros, Tejada no nos había dejado. "Se me ve a tu través, tu transparencia/ le otorga resplandores a mi umbría", había profetizado el poeta. Yo, que no tuve la suerte de conocerle más que de muy niño, no noté demasiado su falta porque ella siempre me recibió con una hospitalidad cariñosa y exigente y con una autoridad fundada directamente en los versos de su marido. No sólo me dio libros y ánimos, sino consejos muy precisos de una sabiduría magistral.
Qué gran poesía de amor, tan espiritual como carnal, sacramental, la de José Luis Tejada, que da un testimonio deslumbrado ("Descubrí que me querías./ Ni lo entendí al descubrirlo,/ ni lo entiendo todavía") e inacabable ("Cada vez te quiero más/ y es que cada vez estoy/ más cerca de tu verdad") del misterio de la sola carne: "Soy tan cosa de ti, me has hecho tanto/ que ni es decente que te llame mía". La poesía amorosa de José Luis Tejada (Biblioteca Nueva, Madrid, 2005) es un libro doble: una antología de sus versos amatorios y un conjunto de estudios críticos. Pero también es doble por la autoría: los poemas son de José Luis Tejada... y de Maruja, que los inspiraba. Esa obra se rige por el régimen de gananciales. Había una unión intelectual, artística, que hacía del matrimonio, encima, una sola poesía.
José Luis Tejada le agradeció a menudo que fuese su "posibilitadora", que, gracias a sus desvelos, él tuviera tiempo y silencio y hasta soledad para ir creando su obra y culminando su carrera. Eso hay que entenderlo sin olvidar nunca que Tejada, elegantemente, le agradecía lo más material, porque no iba a agradecerle la belleza alada de los versos que ella le provocaba. Como lectores, sin embargo, tenemos que agradecerle a Maruja, sobre todo, la inspiración.
Alguna vez el poeta se preguntó cómo podría saldar las cuentas: "Tengo deudas de ti, te debo tanto/ que al verte andar me paso a la otra acera". Y concluyó: "con la palabra". Y cumplió su palabra. Si todos estos años hemos tenido, unido en una sola carne, a José Luis Tejada tras los ojos claros y luminosos de Maruja, ahora le toca el turno a él. En su poesía, la encontramos a ella, clara y luminosa, eterna, hecha una con los versos: se la ve a su través. Qué bien vienen ahora éstos, tan indiscutibles: "Lo que una vez fue verdad/ lo sigue siendo por dentro/ por toda la eternidad".
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