Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
De poco un todo
SE encuentran dos curas párrocos y uno comienza a quejarse amargamente de los murciélagos que pueblan su vieja iglesia. "Ya no sé qué hacer. He llamado a un empresa de desratización, pusimos trampas, y nada, venenos, y nada, incluso un modernísimo sistema de ultra-sonidos, y nada de nada". El otro sonríe y le confiesa: "En mi parroquia también había, pero lo solucioné en un santiamén". "¿Cómo, cómo?" "Muy sencillo. Los murciélagos hicieron la Primera Comunión… y ya no han vuelto a pisar una iglesia".
Es un chiste cínico. Aunque tiene su poco de verdad, y por eso es gracioso, tiene su mucho de exageración, y por eso es un chiste. Siempre me ha parecido muy llamativo que los que claman que las iglesias están vacías sean los que, como los murciélagos del chiste, no las pisan. ¿Cómo lo saben? El subconsciente, tan íntimo de la vanidad, les debe confundir, y deducen que como ellos no van, pues no va nadie. Sin embargo, basta pasarse un domingo cerca de una iglesia -no es necesario ni entrar, porque a veces los fieles no caben, y rebosan hasta la misma calle- para desmontar esa leyenda urbana del vacío eclesial. Y si uno baja la vista un poco, verá que hay bastantes niños entre los asistentes. O sea, que el método para expulsar murciélagos no es, ni mucho menos, de eficacia garantizada.
Estos días de mayo se llenan las iglesias de criaturas que hacen la Primera Comunión. Ayer hice un maratón litúrgico y fui a dos, y lo que me queda. Asombra lo contentos y formales que van en fila los pequeños. El traje de marinerito es un clásico. Ignoro el origen, pero se me antoja un símbolo de que el niño se va a embarcar en una aventura extraordinaria, en un descubrimiento sin fin: va a entrar en el mar sin orillas ni fondo de la Divinidad. Tampoco está mal el traje de las niñas, con su aire a vestidito de novia. Ellas son menos noveleras y van a lo importante: Dios es amor.
Para algunos quizá todo resulte demasiado merengado y dulzón. Será que no han sido catequistas. Un año lo fui y acabé rogando al Cielo con la plegaria de santo Tomás: "Una y no más". El duro trabajo de catequistas y de catequizados que hay por detrás de cada comunión queda debajo de la fiesta del día grande, pero queda. Tampoco son blandos, ni mucho menos, los sacrificios que hacen las familias para que la fiesta resulte redonda.
Dudaba si dedicar el artículo a las Primeras Comuniones, pero el periodismo habla de lo que pasa, y estos días cientos de familias celebran la ocasión. Julián Marías escribió que para un cristiano la realidad siempre arroja un saldo muy positivo, puesto que Dios existe en realidad. Por muy mal que vengan las bolsas, la economía, la política y la educación, si Dios es un sumando, no hay resta que valga. Por eso, de todo lo que ocurrió en la semana pasada y ocurrirá en las próximas nada más importante que cada comunión. Lo saben los niños. Felicidades.
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