Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
de todo un poco
LO de Urdangarín, siendo tan gordo, es lo de menos. Y es más, podría volverse una oportunidad: cortina de humo para tapar cosas peores y ocasión para recuperar la ejemplaridad perdida. Los reales problemas reales son otros. Tampoco lo es la pujanza de las posiciones republicanas, ni mucho menos, sino más bien la debilidad de los argumentos monárquicos. Los partidarios harían bien en revisar sus frases hechas. Seguir con la transición, cuando a estas alturas está por ver adónde nos ha traído, o con el 23-F, lejano y oscuro, no aporta mucho al debate actual.
Y, mientras tanto, la Ley de Transparencia es una trampa perfecta. Si el patrimonio real resulta moderado, cundirá la sospecha de que la ley no es tan transparente. Si se descubre el menor engaño, sería un escándalo. Cualquier dinero colocado fuera y que no haya tributado, provocaría un daño irreversible. Si el patrimonio real resulta abultado, sabiéndose que originalmente no lo fue, surgirán dudas acerca de su creación. Sobre su legalidad, pero incluso sobre su idoneidad. Si durante todos estos años, el Rey estaba al servicio de España, ¿cuándo y cómo encontró tiempo para sus negocios? La Ley de Transparencia va a resultar fatal y eso es algo tan evidente que uno empieza a sospechar que los que la proponen están haciendo el maquiavelo y los monárquicos que la celebran el canelo. Una ley orgánica sobre la Casa Real que otorgue el aforamiento a sus miembros, como se anuncia, tampoco ayudará: se verá como un intento atropellado de tapar y proteger.
Ensombreciendo más la situación, el humor campechano del Monarca ya no funciona. En parte, porque la seriedad de la situación no deja espacios; y, en parte, porque su secreto a voces era ir sacando punta al contraste entre la dignidad de su trono y lo llano de su trato. Con esa dignidad discutida y mermada, tal contraste brilla por su ausencia.
Para colmo, la abdicación no es una salida. Felipe, tan preparado, ni tiene la inercia de su padre entre los juancarlistas, lógicamente, ni puede entusiasmar del todo a los monárquicos de cabeza y de corazón. La abdicación se vería como una huida hacia adelante. En tan complicada coyuntura, el gran puntal de la monarquía son nuestros republicanos, tan rancios y revanchistas. Lo mejor que le podría pasar a la Casa Real es que cada año se celebraran cuatro 14 de abril. De poder, los cambiaban por ocho o doce defensores suyos.
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