La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
El número áureo en arte es otra cosa, pero el columnismo tiene uno suyo. Para entenderlo hay que partir de la desproporción plúmbea, digamos. Ésta consiste en la paradoja de que cuanto peor es el artículo más tiempo te ha llevado escribirlo. Los artículos buenos salen rapidísimo, y son, por lo buenos y por lo rápidos, los únicos que dan lugar a la proporción áurea entre la escritura y la vida. Los malos, como hay que corregirlos, reescribirlos, repensarlos, reformarlos y resignarse, te revientan la tarde entera.
Vayamos mejor a los bonitos, esto es, a los veloces. Te exigen un poco menos que una hora, y ya está. Vienen solos, sueltos, fluidos, cantantes y sanantes y, como vienen, se van. Además de esas virtudes internas, dejan al columnista leer un rato, jugar con sus hijos, hacer gestiones, pasar la ITV y musar en las pensarañas, que decía Miguel d'Ors. Eso, para la vida personal del que escribe, conviene mucho. Echar un día con un artículo que, además, no merecerá la pena es una doble condena.
Biografía aparte, es estupendo en general y en abstracto, porque esa proporción de una hora al día es la que un ciudadano normal y corriente debe dedicar a los asuntos públicos. La política no merece más. Nuestros conciudadanos y nuestro país no merecen menos. Esto es, hay que atender a la vida pública, defender nuestras ideas, clamar contra las injusticias, pero no dejar de atender a los nuestros o de andar bien concentrado en nuestro trabajo y bien distendido en nuestro ocio.
Tan malo para la democracia es ese ciudadano que pasa del todo de sus políticos y que no se preocupa nada por lo que acontece, como el ciudadano que, de tanta conciencia pública, desatiende su familia, su trabajo, su ocio, su carácter y su formación cultural. Naturalmente, un columnista siempre estará más cerca de este segundo peligro, ay de mí, que del de la indiferencia, siquiera sea por prurito profesional. A menudo, además, tropieza con el atasco prosaico de una prosa ripiosa y malbarata la tarde.
El ideal, sin embargo, es el artículo veloz y cortante, por sí mismo, porque el lector lo agradece, y porque la vida tiene derechos que la política no entiende. En particular, hoy me da igual lo que entienda la política. Apenas si la rozan estas líneas, raudas hacia el punto final. Por detrás de él, me espera un paseo radicalmente apolítico y en la menos periodística de las compañías. Hasta mañana.
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