Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Su propio afán
El Ayuntamiento de El Puerto se muestra dispuesto a levantar de su actual postración a la Fundación Alberti. Pedirá ayuda al Ministerio de Cultura. La infrautilización de las instalaciones (casi a estrenar) es un contradiós. Al mismo tiempo se nos informa, con una foto terrorífica de un Vaporcito-zombi en los desvencijados astilleros del Guadalete, del interés de la Alcaldía por su rehabilitación. Con el Vapor se hundió un icono de la Bahía y todos deseamos verlo de nuevo cruzar nuestras aguas. La propiedad lamenta la falta de ayudas públicas. También se nos cuenta que el Ejército quiere revertir a nuestro Ayuntamiento, por una millonada, los Polvorines de la Sierra de San Cristóbal. El Consistorio está negociando precio y condiciones. Las posibilidades de esos terrenos y sus cuevas son muchas, como aseguraba César Manrique, que soñó repetir ahí lo de Fuerteventura, lo que, quizá por ventura, quedó en un sueño. Y esto sin mentar la bicha de la indemnización multiplicada por siete que tendrá que pagar el Ayuntamiento a cuenta de las dunas junto al Cangrejo Rojo; ni la búsqueda municipal de una sede para la Peña El Chumi.
El común denominador de estas noticias, tan buenas en abstracto, es el pagano. En El Puerto todo lo paga o tiene que hacerlo o debería hacerlo el Ayuntamiento o, si no, cualquier otra administración. Esto es, lo tenemos que pagar nosotros, vía IBI y demás impuestos, tasas y multas. La iniciativa privada brilla por su ausencia, aunque todos son proyectos de fuste. Los derechos de autor de Alberti y sus fondos, ¿no podrían financiar su fundación y, con una buena política de marketing, sacar incluso provecho a las inversiones? El Vapor, que tiene un inmenso prestigio como marca, ¿no encuentra nadie que lo eche a la mar? Y los Polvorines, ¿no los explotaría una empresa de turismo rural? ¿O una bodega, para unos cavas?
El problema es el de la pescadilla que se muerde la cola. La iniciativa privada está exhausta de sostener al sector público para que haga lo propio del privado. La demanda particular tampoco puede con su alma y por las mismas razones, así que no anima a ninguna iniciativa. Al veraneo sólido de antaño, que suponía una inyección de posibles para todo, se le espanta, porque el Ayuntamiento, que se mete en lo ajeno, no hace lo suyo. (Y ya puestos, yo querría que el alcalde me dé una beca para escribir mi próximo libro de poemas, naturalmente).
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