Rafael / Duarte

Rafalito

Puente de Ureña

20 de abril 2016 - 01:00

Entró a trabajar en la Venta de Vargas, cuando aún vivía Catalina Pérez. Para él la venta siempre fue su vida. Tan en las afueras que, para hacer recados, María, lo contrató. Era un niño delgadito y callado. Yo creo que llevaba tanto tiempo allí como para jubilarse con Don Miguel de Cervantes, en este año de aniversarios y recuentos, que no sería extraño oír de la boca de Rafael Oneto Pérez, icono de la Venta, si nos servía " una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos», como cita el Quijote.

Era el alma de la Venta. Al menos para algunos. Sabía de cante. Es decir, distinguir palos y voces, y sonidos, de los negros y de los otros. Y sabía estar. Era la época de los cantaores grandes, la época de los señoritos, sus acompañantes, el tronío y la guasa. Allí sí que había que saber estar. Cuando llegaba Don X, con la capa, y una rubia del brazo, o cuando a algún grande, se le ajumaba el pescao y no daba propinas, o… La discreción, la sonrisa, el golpe exacto en la respuesta, el arte de saber, de no llevar problemas, de…

La venta era el binomio, María y Catalina con sus delantales blancos, y Rafaelito, chaqueta blanca, siempre una palabra amable, siempre solícito con el cliente. Es muy difícil eso. Terriblemente difícil. La vida también tiene acantilados y sonidos que no son negros pero que van por dentro.

Juan Vargas, al igual que Paquiqui, cada uno en su gremio, había sido un as de la Isla. Un no va más. Un empresario con empresa y fama. Venían los más grandes. No hay más que ver las fotos del panteón de artistas ilustres en los que se ha convertido la Venta. Recuerdo reuniones con Barrilaro, empresario de El Puerto de Santa María o con Gustavo y Pedro Postigo, o en los jurados de los premios de la Fundación de Cultura, Pepe Hierro, Francisco Brines, o Antonio Gala con el Foro Andaluz "Calle Real", donde lo vi en su salsa y en su ambiente.

Su figura servía como payo o como calé. Enjuto y cierto como si fuera parte ya de la leyenda de la Venta. De la vieja leyenda de la gente que anda efigiada en las fotos sepias de la pared, donde ni todo el monte es orégano, ni todo arte exquisito, ni toda liendre, piojo, que el arte es algo que dios tira a pelú y al que no le toca, se molesta y critica. Ah, el Ordoñez del capotazo, el Caracol aquel con la voz mojada siempre, la Lola, Manuel Monje, Alvarito de la Isla, Camarón, Farina, qué arte, bailaor cojo, de la gente suscrita al colmao para sobrevivir.

Rafalito, contigo se va una etapa grande, cabal, ya tierra de recuerdos de gente muy mayor.

Disfruta ahora de tu libertad, amigo, de tu saber estar, de esa gramática mundana que da la vida: el ver venir, dejarse ir y saber callar. Que al buen callar llaman Sancho. La memoria es un pozo que guarda el agua/que mejor que las fotos son las palabras.

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