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TODOS los días cruzo o, mejor dicho, sobrevuelo un polígono industrial. Desde el puente, un cartel me sobresalta y alboroza. Pone en grande: "RECAMBIOS MORALES". No hay mediodía en que no piense: "¡Qué maravillosa idea! Han encontrado un nicho de mercado con futuro en España, si España ha de tener futuro". Es verdad que enseguida caigo en la cuenta de que el cartel reza: "Recambios Morales & Hijos" y que se trata, por tanto, de un apellido y no de un género, pero esos segundos de ilusión valen su peso en oro.
Nos vendría bien a todos que alguien supliese a nuestras elites políticas, intelectuales y económicas de repuestos éticos. Asistimos a episodios de chantaje alrededor de la familia real, que a ver por dónde rompen. Durán i Lleida dice que, a pesar del escándalo de Unió y de lo que afirmó hace años, "por supuesto, no piensa dimitir", y hay en ese "por supuesto" una chulería que ofende mucho más que su intención de echar pelillos (¡él!) a la mar, que se daba, precisamente, por supuesta. De Rato, hablé hace nada. Y cada semana descubrimos nuevos privilegios de casta de los políticos.
El cartel además permite albergar la ilusión de que los recambios morales puedan ser servidos a domicilio y por profesionales especializados. Cada vez que uno habla de regeneración moral se siente incómodo. Aunque algunos, especialmente los que se han enriquecido con el boom inmobiliario, tengan la viga en el ojo, ¿quién no tiene una vigueta o, como mínimo, un pajar? Clamar por la regeneración es estilísticamente arriesgado, pues suele resonar retórico y retumbante; moralmente peligroso, ya que en un tris se cae de morros en la hipocresía; y, por último, si uno quiere ser consecuente, resulta comprometido: obliga a empezar la reforma con lo que se tiene a mano: por sí mismo. Qué lastima que "Recambios Morales" no se dedique a lo que ya quisiéramos, ¿verdad?.
A cambio, el aviso tiene un último toque maestro: la palabra "hijos". Cómo nos espolea a asumir, arrostrando todos los riesgos, ese recambio moral. El tenderete hispánico amenaza ruina, pero todavía podría aguantar unos años hasta el desmoronamiento total si se logran algunos parches económicos para ir tirando. Son los hijos, como nos recuerda la bendita nave Morales del polígono portuense, los que requieren que exijamos en serio el gran cambio de rumbo ético que España necesita. A ellos hay que dejársela muchísimo mejor.
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