Enrique / García-Máiquez

Reírse por no aullar

Su propio afán

27 de mayo 2016 - 01:00

POR lo visto (visto, concretamente, en el documental La vida secreta de los cachorros humanos del Canal 4 del Reino Unido), hay 10.000 personas que juegan a no serlo, transmutándose en perros. ¿Habrá quien quiera ser mofeta, oso (los más peludos, tal vez) u orangután (los más leídos y darwinistas)? El dato contrastado son 10.000 tíos que quieren ser perros. No es aventurado suponer que hay más personas en la patria de Shakespeare y Keats que prefieren pensar que son perros a leer un soneto, si las ventas de poesía son allí similares a las de aquí, como me temo.

Tampoco es difícil temerse que, por debajo de esa afición a disfrazarse, a vivir en jaulas, a comer en el suelo de cacharros y a aullar, deba de haber pulsiones bastante animales, que a los propios perros espantarían. Sobre las motivaciones internas de cada cual o de cada can, prefiero correr un tupido velo. Que roa su hueso cada uno, como les gustará que diga.

Ya con el dato tenemos de sobra. Un país que tiene 10.000 hombres hechos y derechos deshechos en perritos más o menos falderos es un país que, a mi entender, tiene un problema de salud pública. Digamos que dos o tres hombres-perros tienen el pase de la excepcionalidad y el chiste de la extravagancia, pero tantos es una horda, una rehala. Espero que, entre sus actuaciones, no les dé por perseguir a los gatos ingleses, porque van a acabar de los nervios, los gatos. ¡Cómo si no tuviesen bastante con los perros pata negra, los de juego de rol, encima, venga a ladrarles, qué estrés!

La sociedad post-occidental tiene un problema de identidad serio que repercute, en cascada, en estos problemas de identidad particulares. Son problemas que se retroalimentan, corriendo en redondo, como un perro persiguiéndose el rabo.

Enseguida nos adiestran con que, como no hacen ningún mal a nadie (rabia parece que no tienen y estarán debidamente desparasitados) hay que respetar las fantasías del prójimo y tratarlos igual que a perros, si les apetece. Si yo militase en cualquiera de los infinitos colectivos que piden respeto y tolerancia al resto de los humanos y que los consideren como quieren ser considerados con independencia de los hechos de la realidad, etc., me preguntaría si no llegó el momento de marcar distancias. De tanto decir que todo es respetable, ¡metemos en el mismo saco cada cosa…! Terminará trayendo cuenta que no te respeten tanto, por las compañías.

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