El Palillero
José Joaquín León
Noviembre, el mes de Falla
L LEGÓ un momento en que solo desde las azoteas podía vérsele. Para sentirla hubo que sortear basuras y desperdicios. Al otro lado del boquete, por el que nos encaramábamos, aparecía ajena; custodiada por muros levantados para defendernos de la toxicidad que fuimos generando y permitiendo. El vertido clandestino y el consentido con la vista gorda de la autoridad. La indolencia de quienes, dándola por perdida, la relegaron a vertedero. Una realidad aparte a la que, sin embargo, incursionábamos cada día para hacer todo cuanto siempre hicimos; ir al bote, bañarnos en la corriente, hacer regatas con barcos de cascarilla y velas de papel de estraza o mariscar entre las piedras del castillo. No fuimos excepción en una ciudad que aún la mira de reojo o, sin más, le da la espalda desde que las buenas nuevas a las que les acostumbrara se convirtiesen en mal agüero.
Cuando nadie daba ya un duro por ella algunos vecinos nos encabezonamos en rescatarla para reactivar el barrio que diera a luz entre las playas dunares del Puntal.
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