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SERÍA interesante estudiar una a una todas las causas que confluyen en la importancia desorbitada que damos a iniciativas como "Rodea el Congreso". Supongo que hay un gusto o una fascinación por la mera apariencia de número, que en una democracia se confunde con la razón. Pero ya sabemos que los números engañan mucho y que, además, tienen letra chica, porque una cosa es la gente que llena una plaza y otra la que llena las urnas. La verdadera encuesta, manifestación y estadística es el recuento electoral y ahí ya sabemos lo que sale, sobre todo últimamente lo sabemos, porque no paramos de recontarlas. También influye en la fascinación por las manifestaciones la nostalgia de las revoluciones decimonónicas, tan fotogénicas o pintureras, con la gente en la calle, banderas y senos al aire, espectaculares barricadas y gestos grandilocuentes. Se nota en que, cuando las manifestaciones no son revolucionarias, como tantas que se hicieron contra Zapatero a favor de la familia o de la unidad nacional, no tocan la fibra sensible de los medios y, por numerosas que sean, dan mucho más lo mismo. Luego, estamos los periodistas y los columnistas, que de algo tendremos que hablar y escribir, y una buena manifestación nos da (como se ve aquí y ahora) juego.
Pero, al final, por muchos que se junten y mucho que griten serán cuatro gatos comparados con las mayorías silenciosas que votan a los partidos que esas manifestaciones critican. Como en España hay un irrenunciable derecho a la reivindicación, la respuesta más apropiada a estas concentraciones es respetarlas, pero sin echarles tanta cuenta. Que la calle no acalle a las instituciones democráticas de verdad como tampoco éstas deberían apabullar jamás al pensamiento ni a la conciencia de un hombre solo que busca la verdad y la sugiere.
"Rodea el Congreso", pues, bien, vale, y circula cuando acabes de gritar lo tuyo", sería la respuesta más ajustada a Derecho y al sentido común. Ahora que nos anuncian que van a arreciar las movilizaciones, parémonos. A sopesar. Si les damos importancia, se la damos, nos avisa la redundancia.
El problema de fondo es que el PSOE, y el PP también a su modo, tienen envidia de la juventud de pelos al viento y consignas a voz en grito. Es la nostalgia por los viejos tiempos y por los viejos mitos, que termina engrandeciéndolos. Estas movidas son lo que son y son, hablando en plata, movidas, y poco más.
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