Amparo Rubiales

Rosamar

LAS EMPINADAS CUESTAS

19 de junio 2012 - 01:00

LAS mujeres somos las grandes olvidadas de la historia; durante siglos, nuestra forma de convivencia ha sido de dominación de la mitad de la humanidad por la otra mitad; era lo socialmente correcto y lo jurídicamente preceptivo. Se ha producido un cambio sustancial en nuestras vidas, que hay quien llama revolucionario, que está poniendo fin a los modelos tradicionales, aunque, con el pretexto de la crisis, quieran hacernos retroceder en las conquistas logradas. Rosamar Prieto-Castro encaja en ese nuevo modelo de mujer, aunque no se reconozca explícitamente, porque no se proclama del feminismo, pero su vida, como la de tantas otras, ha sido un ejemplo de ruptura del modelo tradicional.

Rosamar estaba llamada a ser, como todas las mujeres de su generación, esposa y madre y, sin embargo, supo ponerse el mundo por montera para tener su propia vida, a la que le ha hecho frente con una fortaleza increíble, y lo ha tenido muy duro; sus hijos y su marido, nuestro gran Jimy, han estado siempre con ella, apoyándola, pero no sustituyéndola; estudió, siendo madre, la carrera de Derecho, hizo oposiciones a Técnico Superior del Ayuntamiento de Sevilla, militó en el antiguo PSA y, después, pasó a hacerlo en el PSOE, en donde ha ocupado cargos orgánicos difíciles y poco vistosos, que cumplió a la perfección; más tarde le llegaron los cargos públicos, pero se ha jubilado, como empezó, de funcionaria municipal; al principio fue mi jefa de Gabinete en el grupo municipal socialista del Ayuntamiento de Sevilla, y, más tarde, en la Delegación del Gobierno de Andalucía. Cuando yo lo dejé, pasó a ser gobernadora civil de Huelva, en donde todavía recuerdan su gran trabajo y entusiasmo; más tarde fue directora general de Comercio de la Junta, presidenta del Consejo Económico y Social de Andalucía, hasta que llegó su gran triunfo en el Ayuntamiento de Sevilla, en el que estuvo ochos años, primero, como delegada de Economía y Turismo, y, más tarde, en Fiestas Mayores que para Sevilla es lo más singular y difícil. Rosamar, granadina de nacimiento, se enamoró, sin remedio, de sus fiestas y, sobre todo, de su Semana Santa y de ese mundo tan peculiar de las Cofradías sevillanas, que la hicieron suya, con un amor correspondido que son siempre los mejores.

A punto estuvo de ser alcaldesa de Sevilla; no lo consiguió por estas cosas que pasan en la política; se ha jubilado y va a vivir una etapa jubilosa, porque ha demostrado ser una vitalista irredenta, a la que quiero, en la que he confiado y con la que he discutido y discrepado como corresponde con las grandes amigas. Hoy su ejemplo sirve para recordarnos que otros modelos de mujer son posibles.

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