Brindis al sol
Alberto González Troyano
Retorno de Páramo
La esquina
Auna empresaria catalana del sector del ocio la ha condenado la Audiencia de Barcelona a cinco años y medio de prisión por hacer ruido. ¿Cinco años y medio de cárcel por hacer ruido? Las respuestas son de dos clases: los ruidosos consideran excesiva la condena; las víctimas preguntan ansiosas a qué se espera para aplicar la misma doctrina en su barrio.
Ha habido ya otras sentencias condenatorias contra dueños de pubs, bares y discotecas más propensos a hacer caja que a controlar los decibelios con que sus establecimientos atraen a un público partidario de gritar para hacerse entender. Pero ésta es peculiar. Los magistrados suman la pena por los daños causados: cuatro años por delito contra el medio ambiente (agravado por la desobediencia reiterada a corregir, primero, y cerrar después el chiringuito) y medio año por cada uno de los tres delitos de lesiones padecidas por los vecinos denunciantes.
La condena por lesiones es lo nuevo. Dice la sentencia: los afectados desarrollaron durante los trece meses de músicas, cánticos, chillidos y berridos procedentes del pub "un síndrome ansioso depresivo que precisó para su curación tratamiento médico y farmacológico". Y argumenta que la exposición prolongada a un nivel elevado de ruidos tiene graves consecuencias sobre la salud de las personas, recordando que se ha utilizado históricamente como método de tortura y para conseguir el enloquecimiento de las personas. Algo de sadismo había en la propietaria del pub. Sacó licencia para un bar-restaurante, pero enseguida instaló en el local un equipo de música con cinco amplificadores, manipuló el limitador de sonido que le impusieron los inspectores municipales y quebrantó las órdenes de clausura que se le dictaron. Sadismo o simples ganas de hacer negocio a toda costa.
Abramos nuestros oídos -precisamente los oídos- a la esperanza. Tratábamos los ruidos que tanto gustan a muchos de nuestros coetáneos como una molestia, un incordio, un fastidio pasajero. Ahora estamos autorizados a pensar en ellos como atentatorios a la salud psíquica de aquellos a los que disgustan (o gustan según y cuándo, no a las tres de la mañana) y, por tanto, perseguibles. La represión de la contaminación acústica causada por una actividad económica es, además, más fácil que la represión de la contaminación atmosférica o de las aguas causada por la industrias, donde siempre funciona la coartada del empleo y la riqueza a mayor escala que en un pub.
La Audiencia de Barcelona ha dado un aviso a navegantes. Mejor dicho, a negociantes desahogados que no sólo vulneran el derecho a la intimidad de los vecinos, sino su derecho a la salud. Gracias en nombre da la mayoría ensordecida y silenciosa.
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