Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
DE POCO UN TODO
ANDO muy sensible -con una sensibilidad alérgica- a esa pregunta a quemarropa que te pone en un aprieto. Influyen muchas causas: mis escasas dotes de fisonomista; los montones de alumnos que cada año suelto al mundo y que, en cualquier instante, a la vuelta de los lustros, gordos y calvos, como disfrazados, vienen, vengativos, a ponerme a prueba; los parientes lejanos; y un recuerdo de mi madre. Iba ella por Madrid, cuando de una esquina surgió una figura familiar, que se le dirigió con estas atinadas palabras: "Hola Carmen, soy Fernando Caballero, ¿cómo estás?" Siempre nos las puso como ejemplo.
El ejemplo, por lo que se ve, no es muy seguido. La gente aprovecha cualquier barullo social para arrinconarte: "¿Sabes quién soy?" Si se conoce al preguntón, aconsejo vencer la apremiante tentación de decirle: "No". Si uno no puede resistirse a las ansias justicieras, que conteste: "Sé quién eres, por supuesto, aunque haciendo esa pregunta estás irreconocible".
Pero lo habitual es que no tengamos ni la más remota idea. Evitemos la táctica que podríamos llamar simpaticona, ésa que exclama: "¡Desde luego! Oh. ¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo, tú! ¡Qué alegría, quillo! ¿Cómo no iba yo a saber quién eres? Qué cosas tienes…". Recientemente se han dado casos en los que el contrincante ha respondido: "¿Ah, sí? Pues dime quién soy, venga, dilo, ¡dilo!" El de la táctica simpaticona queda sin escapatoria.
Sólo hay dos movimientos prudentes. El de la educación extremada, esto es, ruborizarse, recordar a Alzheimer o el mareo de las aglomeraciones o el calor, y disculparse mucho. O la táctica seca, o sea, mascullar sin mover un músculo: "No lo sé". Una y otra admiten ligeras variantes.
Hay quienes no reaccionan ni siquiera a la seca, e insisten: "Mírame mejor" o "Piensa un poco". Hace unas semanas, tras la presentación de un libro mío, se me acercó un señor sonriente, encantador, para que le firmase un ejemplar. Le pregunté: "¿A quién lo dedico?" Contestó: "No es un regalo, no; dedícamelo a mí". Tuve que firmar: "A ti, y -cum grano salis- qué alegría más alta vivir en los pronombres".
Contra la duda en sí no tengo nada. De hecho, yo también me pregunto quién soy en las noches de insomnio o en otros momentos metafísicos. Es una de las tres o cuatro preguntas más importantes que uno tiene que responderse en la vida. Y por eso mismo resulta inapropiado soltar la enorme responsabilidad en el primer personaje aturdido que nos tropezamos por la calle. Recordemos todo lo que tuvo que pasar don Quijote, o Alonso Quijano, para poder suspirar al final: "Yo sé quién soy". Eviten los atajos, por favor.
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