El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
EL cuarto centenario de Shakespeare y de Cervantes me ha tenido dos meses escribiendo reseñas y homenajes para aquí y para allá. Gonzalo Altozano me ha preguntado: "Oye, ¿Shakespeare es una fábrica en la que trabajas o qué?" He llegado al día y al Diario seco: los grandes maestros son inagotables, pero yo estoy agotado. Y es que tengo que escribir en un margen muy estrecho: no ceñirme a la verdad, pero aportando un sesgo propio. Menos mal que estoy como aquel amigo al que visitó Rivarol y se excusó por lo pequeño que era su jardín. El escritor francés levantó la mirada: "¡Pero cuánto cielo tiene!"
Al levantar una vez más la vista a Cervantes y a Shakespeare, me he encontrado con san Jorge. Qué milagro que los dos genios muriesen (dies natalis) bajo su estrella. Cervantes murió el día antes, pero celebramos el de su entierro, como si a alguien con tanta vida no pudiésemos darlo por muerto a las primeras de cambio. Shakespeare sí murió el día 23, aunque del calendario juliano, que aún regía en Inglaterra. Dicen que esto quita mérito a la efeméride, pero es tal la confabulación de astros y de anécdotas, que yo le veo más gracia. Tras tanto azar en volutas, se atisba una Providencia juguetona.
San Jorge, armado caballero, no es un santo cualquiera. Para los que nos partimos la cara sosteniendo el trasfondo cristiano de la obra de ambos, está claro. Ellos se han acogido a sagrado.
Representantes de sus respectivas literaturas nacionales, el mismo san Jorge es patrón de Inglaterra y de una buena parte de España: de Cataluña, de Aragón y de Castilla y León. Además, su vida es mitad leyenda, esto es, tiene un pie en la realidad y otro en el mito o, como va a caballo, una pata en la historia, otra en la tradición, otra en la literatura y la última en el santoral. Escritores polifacéticos como Cervantes y Shakespeare no podían buscarse mejor espejo.
Encima, su santidad va disimulada en su armadura, fermosa cobertura. Nos parece más sir Jorge que san Jorge, como nuestros esquivos escritores. Y, por último, fijémonos en el dragón, en la doncella, en el duelo y en la sangre que se convierte en rosa. Más poesía y más épica, imposible. El dragón simboliza la otra coincidencia: la del año 1616. Para entonces había roto el huevo de la modernidad, época de sangre y fuego, a la que ambos acometieron, uno, como a un molino, otro, agitando la lanza de su apellido, nuevos san Jorges.
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