Tamara García
Sordera
Gafas de cerca
La serendipia es un hallazgo afortunado que no se iba buscando. Un efecto colateral, pero no como los que producen las guerras, sino benéfico. Un golpe de suerte. Mucho se ha escrito a estas alturas de la pandemia -alguien me ha aconsejado que deje de utilizar esta palabra si no quiero hundirme en el ranking de los likes-, y no han sido pocos los artículos que han comentado las consecuencias positivas que para la gente o las costumbres pueda tener esta alucinante situación, sin que hayan faltado, por supuesto, los listados de en forma de decálogo: "Diez cosas buenas de la pandemia" (ya van dos). Con ánimo de trivializar, mencionaré una serendipia Covid-19: la desaparición del pulpo a la brasa. No hablo del manjar marino, ese que cómo en Galicia no se come en ningún sitio. Ni siquiera -que podría- de su sucedáneo en forma de pata retorcida llena de ventosas, que se vende como oro en paño, siendo un subproducto de manual, con pinta de miembro de alienígena. Hablo de un pulpo que también es de barra, pero es bípedo y bastante caliente a la par que beodo, y que es brasa en este sentido, pero también en el sentido de dar la brasa a la mujer de ocasión. También tiene sus ventosas, en forma de pellizcos y besuqueos babosos. Ese pulso braseado -braseante- ha desparecido hasta nueva orden de los locales de solaz público: no-se-to-ca. Es una serendipia menor.
La mayor serendipia nuestra de los tiempos de pandemia (van tres) ha sucedido en el Campo de Gibraltar, aunque el motivo de este regalo de la fortuna ha sido producido por el Brexit: el abandono del Reino Unido de una Unión Europea en la que siempre estuvo como a disgusto y siempre 'al merme'; lo de siempre. La serendipia se ha producido en lugar extremo en la geografía del continente europeo, marcado por el conflicto entre España y Gran Bretaña por la soberanía de una colonia. También en un área extrema y tangencial al tratado de salida en cuestión. Un sitio, Gibraltar, en el que prácticamente el 100% de la población votó en contra del Brexit. Un sitio, la comarca hermana y spanish que la rodea, que obtiene horizonte, futuro y presente con el derribo de la Verja surgido como serendipia de este Tratado cuya firma definitiva se hará en unos meses. Quién hubiera dicho hace apenas un año que las cosas iban a devenir de esta manera a la postre -y con las debidas cautelas- gozosa. Quién hubiera dicho que ahora quienes necesitarán pasaporte para ir a Llanitoland son los súbditos de su Graciosa Majestad. Tiene gracia.
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