La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
D ISCULPEN la mezcla de latín macarrónico con inglés de Los Morancos del título, pero no he podido evitarlo. El viejo adagio latino decía "Dura lex sed lex" y se aplicaba a las leyes que se aplican a pesar de su dureza. Yo me lo traigo al sexo de la mano de la filósofa Laura Llevadot (Barcelona, 1970) que ha declarado en El País (¿dónde si no?) que "las mujeres se han prostituido en los matrimonios y sin cobrar: tú te casabas para que alguien te mantuviese, a cambio le dabas favores sexuales, descendencia. Empecemos a reconocer que eso ha sido estructural para todas". Estructural y para todas, Sex duro sed sex. No se anda con chiquitas, Llevadot. El feminismo ha terminado por llamar prostitutas a todas las mujeres.
Pedro Herrero, paladín 2.0 de la familia, le ha contestado tirando de ironía: "Como todos los casados sabemos, en los matrimonios no paramos de follar".
Tras reírme, he dado en imaginar la respuesta de Chesterton. Aunque poco atlético, tenía el sistema de observar todo haciendo el pino (metafóricamente), o sea, del revés, dando la vuelta a los argumentos. Hubiese contestado con un loando la sagacidad de las mujeres que habían sido capaces de, a cambio de un mínimo intercambio relativamente agradable de diez minutos a la semana o a la quincena, tener a los hombres currando como chinos diez horas al día, más las horas extra. Con las guerras, la cosa se perfeccionaba. El hombre se iba al frente a defender a la sociedad a cambio de unos hipotéticos favores si volvía.
Yo, en cambio, soy mucho más soso. Tanto como para tomarme en serio (en la medida de lo posible) a la filósofa. Ha montado su teoría de la prostitución sobre una diminuta base real que quiero reconocerle. En un matrimonio, el sexo no siempre es un encuentro perfectamente sincrónico de dos deseos simétricos. Un cónyuge puede querer y el otro no estar muriéndose de ganas, aunque otro día será al contrario. En unas coordenadas mentales donde prima la voluntariedad y el deseo más absolutos, esa pequeña entrega de la voluntad -hasta que se sincronicen los relojes- puede ser considerada, como hace Laura Llevadot, una violación. En concreto, una violación del sacrosanto derecho de la absoluta dictadura del capricho momentáneo. El sentido común, en cambio, te dice que en esas mínimas distorsiones se abren los resquicios por los que se cuela el compromiso y el amor. Qué estragos produce una mala filosofía.
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