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El ciclo artúrico tiene muchas lecturas posibles, desde la filológica y la histórica hasta la hedónica. Y un interés especial para estos tiempos de invasión vertical de los bárbaros. Las novelas de caballería fueron leídas con fervor en la Edad Media y el Renacimiento por todo tipo de lectores, ya fuesen anónimos (entonces), como la niña Teresa de Cepeda y Ahumada; o reales, en los dos sentidos, como Carlos V; o de ficción, como Alonso Quijano. Las novelas respondían a un sopesado ideal pedagógico, pues pretendían transmitir a la sociedad ideales de excelencia, y lo lograron.
Chrétien de Troyes tenía claro el propósito, y sabía cómo hacerlo. En su reciente ensayo Sobre el arte de leer, Gregorio Luri detecta la razón de la inutilidad de tanta literatura educativa actual. Empalaga de buenas intenciones y está tan alejada del mundo real de los jóvenes lectores que éstos no pueden reconocerse en lo que leen. Ningún libro debería perder pie de apoyo en la realidad, si pretende ser pedagógico: ha de ir desde lo que sus lectores son (siquiera idealmente) a lo que deben ser.
Las aventuras de la Tabla Redonda cumplen perfectamente ambos requisitos. No se escandalizan ante la vanidad, la envidia, la violencia o la falsedad. Cada dos o tres párrafos rueda una cabeza o se insinúa una tentación casi irresistible, pero los caballeros no vencen sólo ni principalmente a los dragones de fuera, sino que van doblegando a los de dentro. Sin dejar de sentir el vértigo del peligro siempre.
La aventura más sagrada es la búsqueda del Santo Grial. Tras un proceso de depuración y mérito, sólo algunos caballeros de claro renombre llegan con opciones de culminarla. Inesperadamente, se cuela allí, entre los escogidos, un tal sir Bors de Ganis. ¿Cómo puede ser? Nacien, el Ermitaño, se lo explica a él (y a nosotros): "Aunque no habéis realizado grandes hazañas ni ganado fama imperecedera es en la pureza de la vida y no en el orgullo de los actos donde radica aquello que hace a un hombre digno de terminar su empresa".
Ni el lanzado Lanzarote del Lago ni el garrido sir Gawain culminarán la empresa, y sir Bors, sin embargo, en representación de los humildes y pequeños, vivirá toda la aventura, junto a sir Perceval y sir Galahad, nada menos. En estos tiempos de liderazgos sobredimensionados y vanidades efervescentes, ¡que sir Bors de Ganis defienda -lanza en ristre- nuestro papel en la historia!
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