Enrique / García-Máiquez

Soluciones malas

Su propio afán

14 de marzo 2016 - 01:00

EN el debate sobre los refugiados (y en cualquiera), las fuerzas están descompensadas. Los partidarios de las fórmulas progresistas lanzan al aire sus propuestas a pleno pulmón con la máxima satisfacción de sus conciencias y seguros de su bondad natural y de la perversión del contrario. Quienes quieren tener en cuenta el sentido común exponen sus razones avergonzados, pesarosos de las miserias de la realidad, deseando que las cosas fuesen de otra manera. En consecuencia, a unos se les oye más y mejor que a otros.

Se escuchan grandes críticas a la gestión europea de la crisis de los refugiados, y ¿quién no las comparte viendo las tiendas de campaña entre los charcos? Pero no se ofrece una alternativa viable más allá de dejarlos entrar… Y a los que vendrán después, atraídos por el efecto llamada, ¿lo mismo? Pero ya lo hizo Angela Merkel con gran entusiasmo de crítica y público hasta que Alemania tuvo que hacer frente a una inserción fallida manifestada en los graves disturbios que algunos organizaron. Se produjo una distorsión entre la opinión pública y la votante. Los índices de popularidad de Merkel cayeron a plomo mientras todos le aplaudían su solidaridad.

Por supuesto, las cosas podrían haberse hecho mucho mejor. En los países de origen, en los que habrá que intervenir con decisión antes o después; y en los campos de refugiados, que no se entiende cómo están tan mal. A la vez hay que comprender que Europa tiene que conservarse, siquiera sea para seguir ofreciendo amparo en el futuro. No puede asumir ni que se cuelen elementos yihadistas ni tampoco una "invasión musulmana", que el Papa Francisco ve real y que a medio plazo sería el hundimiento de la UE. Es la vieja y cruel imagen de la barca de salvamento en un naufragio. Si un exceso de personas la hunde, se pierde la única esperanza. Una solución mala es mejor que una estupenda imposible.

Como yo también soy utópico, aunque de manera distinta, propondría otra solución estupenda, tal vez imposible, pero pedagógica al menos. Igual que algunos piensan que el dinero público no es de nadie, están los que creen que la solidaridad europea se sostiene sola. Podría arbitrarse, sin embargo, un sistema de padrinazgo o de acogida personalizada. Que cualquier ciudadano concienciado se encargase voluntariamente de la tutela y de la inserción profesional y social de un refugiado, respondiendo luego por él si hiciese falta.

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