Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Desafío universitarios/19
En esta ocasión, empleo este término -"solucionismo"- con un significado más amplio del que le asigna Evgeny Morozov en su libro La locura del solucionismo tecnológico (2015), en el que el intelectual bielorruso nos advierte de los peligros de Internet y del discurso "tecnoutópico". Con esta palabra, tomada del mundo de la arquitectura y de la planificación urbana, este filósofo se refiere a la concepción y a la aplicación de la tecnología como la fórmula mágica capaz de resolver todos los problemas personales y sociales, como la llave universal para solucionar las cuestiones políticas, culturales y de la vida cotidiana, como el instrumento eficaz para disminuir, por ejemplo, los crímenes, la corrupción, la desigualdad, la enfermedad, el sufrimiento, la polución o, incluso, la obesidad.
Es cierto que en todas las profesiones prolifera esta ingenua convicción dogmática. Podríamos repasar las afirmaciones críticas de los autores que, sin emplear esta denominación, se han referido a los sistemas que, por ejemplo, en la medicina, resultan muy eficaces sin tener en cuenta que, a veces, son deshumanizadores. Lo mismo podríamos afirmar de algunos rigurosos análisis racionalistas cuando se aplican en todos los ámbitos de la existencia humana sin advertir la influencia de los factores emocionales o sociológicos. En más de una ocasión algún alumno me ha dicho: "En teoría es cierto todo lo que usted afirma pero en la práctica las cosas son de otra manera". También recuerdo aquella vez en la que me reprocharon que explicaba mi asignatura como si fuera no sólo la más importante, sino la única de la carrera.
En mi opinión, este afán "solucionista" -absolutista, dogmático y rigorista- puede alcanzar en la universidad unos niveles elevados y unas consecuencias graves porque limitan las posibilidades de diálogo, de reciprocidad y de colaboración, y porque pueden conducir a una infalibilidad estéril y a un fanatismo suicida.
Estoy convencido de que los profesores universitarios, además de usar los potentes y rápidos ordenadores, microscopios o telescopios, necesitamos aumentar el contacto personal, cara a cara, entre nosotros, con los alumnos y con los agentes sociales, culturales, económicos e, incluso, políticos. En la actualidad, teniendo en cuenta la complejidad de la vida humana y de los problemas sociales, ésta es la manera necesaria para lograr un uso correcto y una aplicación eficiente de nuestros conocimientos especializados. Por eso, además de proporcionar las informaciones de cada una de nuestras asignaturas, deberíamos posibilitar un mayor acercamiento a los problemas reales de nuestra sociedad y, con este fin, deberíamos tener en cuenta a los demás profesionales y a los responsables de instituciones públicas y privadas. Sin diálogo y sin colaboración hoy no es posible hallar las respuestas a los acuciantes retos de la vida actual. Los universitarios no tenemos ni la última ni la única solución.
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